—¿Estás
nervioso? —preguntó Ramona, sentada a mi lado. Vestía un guardapolvo de
enfermera y estaba cuidadosamente maquillada. Un prendedor bajo su clavícula
izquierda la identificaba como Irina.
—Sí.
Serían
las seis de la tarde. Habíamos estado todo el día ensayando y planificando. La
sala de espera estaba vacía, y sin embargo susurrábamos.
—Tranquilo,
va a salir todo bien. Lo único que necesitamos es esa llamada telefónica.
—¿Y
cómo saben que la va a hacer?
Ella
se limitó a sonreír. Siempre hacía lo mismo.
En
la sala de partos había una mujer teniendo a su bebé. Trabajaba con Mariano. En
el hospital todos creían que su esposo estaba enfermo, internado hacía siete
meses, y que iba a criar a su hijo sola, aunque todo era un invento. Se atendía
con el doctor Espinoza.
—¿Cómo
puede ser que se anime a hacer algo así? —pregunté, por enésima vez en ese día.
—La
gente trabaja con nosotros de muchas formas. Hay infiltrados en hospitales,
clínicas, municipios, bancos y muchas más instituciones. Otros, como vos o
Pablo, se dedican a varias cuestiones. Verónica se ofreció cuando tenía un mes
de embarazo.
Verónica
era la mujer que estaba dando a luz. Ocho meses atrás se había ofrecido para otorgar su parto. Así le llamaban. Se
fingía toda una situación para que el médico sospechoso planeara robar al bebé.
En el momento en que establecía contacto con sus cómplices, se grababa la
llamada. Era la segunda vez que se llevaba una operación de ese estilo. Y la
primera no había salido del todo bien.
—¿Realmente
están seguros de que va a funcionar?
Ramona
se rió.
—Si
hubieses leído los informes, sabrías que los robos se llevan a cabo en
situaciones particulares. Con muchos factores en común. Nosotros fusionamos
varios de esos factores. Necesitamos acumular evidencia. Y algún día, van a
caer todos, o la gran mayoría. Pero tenemos que esperar ese día pacientemente.
Tenemos que esperar a que se nos dé una señal, una señal que nos marque el
momento justo. Si develamos la verdad de a poco, lo único que vamos a lograr es
que los líderes y los colaboradores que no conocemos refuercen sus medidas de
seguridad.
—¿Y
qué esperan? —pregunté.
Ella
respiró profundamente.
—Conocerlos
a todos. Conocer los nombres de cada líder, de cada empleado, de cada
colaborador. Entonces, con la evidencia que hayamos recolectado, será
suficiente.
Un poco tarde.
ResponderEliminarPero acá está lo que cuento hoy.
No se asusten. La primera vez que intentaron llevar a cabo una operación como esta, nadie perdió ningún hijo.
ResponderEliminarAclaro, Ele, porque da un poco de miedo eso que decís. Pero ya lo contaremos, ¿no?