31.7.10






Toqué el timbre y esperé a que viniera a abrirme, refugiándome de la lluvia bajo el paraguas. Los nervios se deslizaban por todo mi cuerpo, volviendo inestable a cada uno de mis músculos.
Clara abrió la puerta.
—Marga —dijo, extrañada—. Qué sorpresa…
—Quiero hablar con vos —murmuré, cortante.
Avanzamos por el largo pasillo y entramos en la tercera puerta. El departamento era pequeño, pero muy lindo. Ingresamos a una sala que tenía una mesa con cuatro sillas y un sillón. La cocina estaba separada por una barra desayunadora, rodeada de banquetas. Y una puerta abierta dejaba ver un pasillo que, supuse, conducía a la habitación y el baño.
—Tenemos que hablar de lo que pasó hoy en Juno —comencé, mientras me acomodaba en el sillón—. Tengo que pedirte algo.
Me miró con un gesto de desconfianza. Se sentó en una silla y se cebó un mate. Estábamos a unos metros, pero estaba segura de que podía sentir mis nervios. Se deslizaban por toda la habitación.
—¿Y no me vas a explicar lo que pasó? —atacó—. No soy tonta, estoy segura de que en esa foto estaba Lisandro.
—En esa foto estaba Alan Ferrari.
—¿Y quién es Alan Ferrari?
Me reí.
—Si pudiese decírtelo, no estaría haciendo esto —me quedé en silencio durante unos segundos—. Clara, no vuelvas a Juno. Llamá a Marcelo y decile que renunciás. Seguir trabajando sería muy peligroso. Para vos y para mí.
Se rió.
—¿Me estás tomando el pelo? Marga, te estoy pidiendo una explicación, ¿y vos me pedís que renuncie a mi trabajo? —dio una suave palmada—. No entiendo.
—Te lo pido porque es necesario. Para el bien de todos: el mío, el tuyo. El de Alan —expliqué, con voz suave. No quería enojarme—. Es más complicado de lo que pensás, Clara.
—¿Y si te digo que no? —me desafió.
La odié por dentro. La odié por sospechar, por intervenir, por descubrir. La odié por no dejarme otra opción, por obligarme a hacer lo que no quería. Lo que nunca en mi vida hubiese hecho.
—Eso es a lo que no quería llegar —me lamenté. Saqué la pistola de mi bolso y le apunté—. Si decís que no, pasa esto.
Sus ojos se oscurecieron. Pude ver cómo todo su cuerpo se llenaba poco a poco de miedo. Se inundaba de miedo. Abrió la boca, pero no emitió sonido.
—Perdón —susurré. Y me fui.

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