17.8.10

musicalizá





Mariano y Lisandro levantaron a Federico del sillón cuidadosamente y lo acostaron sobre una camilla. Lo observaron en silencio durante un momento, con el rostro enchastrado de preocupación, y cruzaron el living, llevándolo a una de las habitaciones de la casa.
Un viejo compañero de trabajo de Mariano se había encargado de conseguir el equipamiento necesario para mantener a Federico internado hasta que se recuperara sin tener que acudir a un hospital. Ya estaba al tanto de todo lo que investigábamos, por lo que había accedido rápidamente a ayudarnos.
Me acerqué a Ramona, que se había sentado en el suelo apoyándose en la pared. Tenía los ojos hinchados, rojos, y el rostro completamente inexpresivo. Me acomodé a su lado.
—Estamos saliendo, ¿sabías? —murmuró, sin mirarme.
Un escalofrío ascendió por mi nariz.
—Nunca hablamos de esos temas —respondí, negando con la cabeza.
Suspiró, volviéndose hacia mí. Me observó con ternura durante unos segundos. Con esos ojos brillantes, esa mirada penetrante. Esa mirada llena de calidez que la caracterizaba. Esa mirada de tía, de madrina. Una mirada plenamente acogedora.
—Mañana voy a ir a la casa de Silvia Méndez —soltó, como si sus palabras fuesen aire, y carraspeó.
—¿Qué? Silvia Méndez está buscando a Alan, no podés aparecer en su casa como si fuese tu mejor amiga. Es peligroso, Ramona.
—No voy a aparecer en su casa como si fuese la mejor amiga —se quejó—. Lo que quiero es hablar de un tema que nos acomete a ambas —hizo una pausa, levantando una mano para señalarme que no la interrumpiera—. Además, Silvia trabaja en el hospital: sabe quién soy. Sabe exactamente qué busco. Sabe que fui yo la que arruinó el robo del hijo de Verónica. Ya corrí todo el peligro que podía correr.
—No sé…
—No tengo nada que perder —insistió.
Respiré profundamente, apoyando la nuca en la pared. Entendía. Entendía perfectamente. Pero, ¿por qué? ¿Por qué había necesidad de hacerlo?
—¿Mariano sabe?
—Por supuesto —murmuró, con la voz entrecortada—. Yo sí lo tengo al tanto de este tipo de cosas.
Una lágrima se desprendió de su ojo izquierdo y descendió lentamente por su mejilla, dejando un fino rastro de humedad.
Otro escalofrío nasal.
—Voy con vos —sentencié—. Y no podés oponerte.
Me dirigió una mirada repleta de dulzura.
—No iba a hacerlo —dijo, sonriendo.

2 comentarios:

  1. Jesssssssssssssssssssssss20 de agosto de 2010, 0:07

    y el de hoy?
    bah, el de ayer? soy una lectora ansiosa, jaja

    ResponderEliminar
  2. En unos minutos.
    Tenemos problemas técnicos.
    Un saludo, Jess.

    ResponderEliminar