13.8.10





—¿Ustedes se dan cuenta de lo que está pasando? —gritó Mariano, completamente enojado—. A ver, ¿qué parte no entienden de las cosas que les pido? Les juro que no comprendo qué mierda pasó por sus cabezas. No encuentro una razón, una mínima razón, para que las cosas me cierren.
Dio una fuerte palmada.
—Cuando les pido algo no es porque se me ocurre en un sueño. No es que se me antoje. Se los pido porque considero que es la mejor forma de ayudarnos los unos a los otros. De entendernos. De protegernos —hizo una pausa—. Entonces, si Federico quería seguir investigando, ¿cómo pueden haberlo dejado, sabiendo que corría muchísimo peligro, chicos?
Emanuel y Pablo agacharon la cabeza, pero no dijeron nada. Ramona lloraba y no dejaba de temblar, angustiada. Margarita estaba a su lado, conteniéndola. Natalia, apoyada contra la pared, miraba fijamente al cuerpo inconsciente de Federico, recostado sobre el sillón. Mariano caminaba de un lado a otro de la habitación, completamente nervioso. Yo me sentía totalmente ausente, pero ahí estaba: escuchando, viendo, sintiendo. Y sin embargo, nada.
—Quiero dejar una sola cosa clara. Olvídense de las investigaciones secretas. Olvídense de las fantasías de detectives. Se terminó esta forma de actuar. Esta forma de investigar. Descubrieron a Federico y están a un paso de descubrirnos a todos. Esto se acabó. Solamente nos queda esperar, otra vez, el momento oportuno para actuar, para hablar. Se acabó la investigación.
—Mariano, estamos a un paso de encontrar al líder de ese grupo, no podemos abandonar ahora —intervino Ramona, entre sollozos.
—Estamos a metros de ese líder —se opuso él—. Podemos abandonar. Y es lo que vamos a hacer, porque no quiero que ninguno de nosotros termine como él.
No tuvo que señalar de ninguna forma. Todos sabíamos a quién se refería.
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Margarita.
—Por el momento, cuidar a Federico —respiró profundamente y se sentó. Parecía más relajado, como cuando me había llamado esa noche—. Ya hablé con mis contactos en el hospital, van a traer todo el equipo necesario. Mañana voy a ponerme en contacto con su familia y ponerlos al tanto de lo que pasa. ¿Podés hacerte cargo de inventar algo en el restaurant?
—Sí, no te preocupes —murmuró ella, y se quedó en silencio unos segundos, observando a Federico—. ¿Cómo está?
—Mal —susurró Mariano, casi sin utilizar aire. Comenzó a negar con la cabeza, suavemente. Pero no se detuvo. No se detuvo por varios minutos. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos, dejando escapar una lágrima.
Fue la primera vez que lo vi llorar.

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