7.8.10





—Volvió a rechazarme —se quejó Margarita. La observé sin comprender, mientras con su mirada parecía analizar el funcionamiento del monitor—. Tu hermano —aclaró—, no me acepta como amiga.
Di el último sorbo al mate y suspiré. ¿Qué más podía hacer? Hacía meses que no usaba una computadora por más de media hora. Parecía estar fuera del tiempo, tecnológicamente hablando.
—¿No hay otra forma de comunicarse? —pregunté, esperanzado.
—Sí, le puedo mandar un mensaje. Pero tengo que tener algo para decir —hizo una pausa—. Hola Joaquín, soy Margarita. Te cuento que en realidad te llamás Marco y que tenés un hermano. ¿Querés saber más? Aceptame —bromeó, haciéndose la que tecleaba.
Largué una risita, negando suavemente con la cabeza. No nos habíamos visto durante el fin de semana y, afortunadamente, había recuperado su buen humor. Supongo que sus charlas con Ramona la habrían hecho sentir mejor. Sin embargo, no dejaba de sentirme culpable. Había tenido que hacer algo horrible.
Y había sido mi idea.
Se volvió hacia mí y comprendió mis pensamientos con una simple ojeada.
—Lisandro, basta —dijo, con un exceso de aire. Se paró, caminó hasta la mesa y se sentó a mi lado—. Fue tu idea, pero yo la acepté y la llevé a cabo. Podría haberte dicho que no. Era necesario…
—No era necesario, Margarita —me enojé—. Podríamos haberle contado.
—Clara no está preparada para saber.
—¿Y si mañana vuelve?
No respondió. Simplemente me miró, se puso de pie y caminó hasta a la computadora. Era una posibilidad. Desde el viernes aún no habíamos vuelto a Juno por el fin de semana largo. Todavía podíamos llevarnos una sorpresa.
—Algo se me va a ocurrir para mandarle a tu hermano —cambió de tema, con voz cortante—. Vos pensá, también, por favor.
Asentí con un mumullo.
—Me voy a ir, en un rato llega Julia de Azul y va a ir a cenar a casa.
—¿Hace cuánto que salen? —preguntó.
—Este jueves cumplimos un mes —comenté, poniendo los ojos en blanco. Ya sabía qué venía a continuación.
—Hace un mes que sale con una persona irreal.
Respiré profundamente: habíamos tenido esta conversación antes. Y cada día que pasaba sentía que era peor seguir mintiéndole, pero no quería ponerla en peligro. No estaba seguro de que la verdad fuese la mejor opción.
—Pensalo, Ele —sentenció, con una sonrisa triste.
Abrió la puerta de salida.

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