19.9.10






Mariano caminaba de un lado a otro con nerviosismo, suspirando una y otra vez, con el rostro cargado de preocupación; se notaba en cada una de sus arrugas. Tenía una bombilla de mate en la mano y no dejaba de percutir sobre su brazo, tan rápido que los golpes parecían superponerse.
Emanuel seguía en la habitación, junto a Federico. Se había sentado a los pies de la cama y no se había movido de allí. Yo había preferido marcharme, pero no dejaba de llorar. Estaba recostada en el sillón, boca arriba, con la vista fija en alguna zona del cielorraso. De reojo, percibía la desesperada caminata de Mariano.
Sentía cómo las lágrimas se deslizaban lentamente a través de mis mejillas. Sentía la humedad constante. Me ardía la garganta y la nariz, y los ojos presionaban hacia dentro, intentando hundirse en mi cerebro.
—¿Cómo se lo digo a sus padres? —largó Mariano, casi en susurro, utilizando un excesivo aire para hablar.
Me volví hacia él, en silencio. No había pronunciado palabra desde que me había despertado, con la llamada de Ramona. Y no me creía capaz de hacerlo. No me creía capaz de hablar. Temía que mi voz fuese demasiado alta, o baja, o aguda o grave. Demasiado fuerte. Demasiado débil. Tenía miedo de mi propia voz. Miedo de escucharme y no reconocerme. De escucharme quebrada, hundida, completamente vacía. O peor: fortalecida, alegre, llena de energía.
Asintió con la cabeza, mordiéndose el labio inferior. Suspiró y siguió caminando, en línea recta, de un lado a otro.
Pasaron varios minutos. O tal vez no; tal vez pasaron sólo segundos. Y sonó el celular de Mariano.
Atendió, rápidamente.
—Pablo —dijo.
Silencio.
Observé cómo su expresión cambiaba. Observé cómo en su rostro se borraban los pequeños destellos que quedaban. Observé cómo sus ojos, sus arrugas, sus cejas, su boca, se volvían oscuridad. Oscuridad pura.
Me puse de pie, adivinando lo que había sucedido. Ramona. ¿Cómo era posible? ¿Cómo era posible que todo llegara en un mismo día? ¿Cómo?
¿Y cómo iban a hacer nuestros cuerpos para soportar tanto dolor? ¿Cómo iban a superar esa presión, a cicatrizar esa gigantesca herida que ardía, ardía dentro de cada célula? ¿Cómo iban a volver a cargarse de luz? ¿Cómo iban a recuperar los movimientos, las fuerzas?
Lo miré, casi sin poder fijar la vista. Lo miré durante varios segundos. Quieta, muda, completamente vacía, hueca.
Y lo abracé.

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