15.10.10






Eché un vistazo a la habitación, sonriendo. Mariano se había quedado en silencio tras informarnos cuál era nuestra situación. Emanuel se sonaba los dedos de la mano. Pablo, desde el sillón, observaba tristemente la silla que solía ocupar Ramona, ahora vacía. Natalia, en el escritorio, tecleaba ágilmente; debía comenzar a enviar todos nuestros archivos a un contacto, Franco, por si cualquier cosa sucedía. Verónica, parada detrás de Lisandro, masajeaba suavemente su espalda. Y él, lleno de tristeza, parecía no estar presente.
—No tenemos más tiempo —concluyó Mariano—. Así que mañana mismo vamos a terminar con todo esto.
Levanté la mirada, cruzándola con la suya. Me envió una débil sonrisa.
—Decidimos trabajar en parejas, teniendo en cuenta el peligro que corremos. Natalia y yo vamos a quedarnos acá, recopilando la información y enviándola a Franco, que se va a encargar de archivarla. Margarita y Pablo van a estar en un auto, afuera de la casa, desde unas horas antes para mantenernos al tanto. Estén preparados para salir a la mayor velocidad, por si acaso.
Asentí, suspirando.
—Verónica, gracias por ayudarnos —continuó él—. Como te comenté, necesitamos que te quedes en el móvil policial, que va a estar grabando la conversación. Emanuel va a estar con vos.
—Es importante que controlen que la grabación se esté realizando —intervino Natalia—. No nos fiemos de esos policías, aunque digan que nos apoyan.
—Sí, por supuesto —adhirió Mariano, y se volvió hacia Lisandro—. Vos vas a estar solo, obviamente. Por favor, tené mucho cuidado.
—A las tres estoy ahí —fue todo lo que dijo.
Tenía la voz vacía, sin emoción. Sin vida.
Un escalofrío me recorrió la espalda al escucharlo. ¿Cómo podía estar ahí, dispuesto a seguir adelante, a enfrentarse con la persona que había secuestrado a su novia, que había asesinado a sus padres, que quería verlo muerto?
—El móvil va a estar desde las dos —comentó Emanuel—. Ya confirmaron.
—Y nosotros desde la una —se sumó Pablo—. En frente, para disimular.
Mariano asintió con la cabeza, mordiéndose el labio inferior.
—Perfecto —dijo—. Entonces, ya está todo listo.
Mi garganta se expandió, intentando ocupar más lugar del que debía. Presioné la mandíbula, esbozando una sonrisa, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. Lágrimas de alegría, de completa alegría.
—¿Qué pedimos para cenar? —pregunté.

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