16.10.10






El tiempo había pasado en cámara lenta. Los minutos de espera habían sido horas. Los autos iban y venían. La gente iba y venía. Desde la esquina, podíamos ver todo lo que sucedía en el jardín de la casa de Vanzini. Y también al móvil policial, en la otra cuadra, que hacía quince minutos había llegado.
Pablo, impaciente, tamborileaba con sus dedos sobre el volante del auto. Ramona le hubiese pedido que se detuviera, pero a mí no me molestaba. Al fin y al cabo, era el único movimiento que había percibido en la última hora.
—Mirá eso —dije, al ver que uno de los guardias de Vanzini conversaba con alguien que se había detenido en doble fila.
Consultó su handie  varias veces, como si estuviese transmitiendo información. Unos minutos más tarde, se despidió del conductor y el auto se puso en marcha.
Me volví hacia Pablo.
—Sigámoslo —dije—. Unas cuadras, nada más. Todavía faltan cuarenta minutos para que venga Lisandro —agregué, al ver su expresión de desacuerdo.
Arrancó, lanzando un bufido. Y yo sonreí.
Avanzamos durante varios minutos, manteniendo una distancia prudente. No tenía idea de dónde estábamos, pero Pablo parecía preocupado. Lo miré y levanté las cejas, pidiendo una explicación.
—Está yendo a la ruta —murmuró, seriamente.
Miré el reloj del celular. Eran las dos y media. Seguir significaba diez, quizá quince minutos más. Y también volver: otro largo trecho. Comencé a escribir un mensaje de texto para Emanuel.
—Ahí le aviso a Ema, para que se encargue de lo nuestro —comenté—. Seguí, tengo una sospecha de a dónde puede estar yendo este tipo.
—Sí, yo también —susurró, asintiendo con la cabeza.
Continuamos otros diez minutos, a través de la ruta. Las casas fueron desapareciendo poco a poco y el descampado se abrió paso con todo su esplendor. Sólo algunos galpones, silos y pequeñas casas interrumpían el paisaje llano.
El auto se detuvo frente a una construcción de chapa dañada por el tiempo. Pablo giró a la derecha y avanzó hacia un grupo de árboles para escondernos. Sacó la llave y abrió la puerta.
—Vamos.
Caminamos lentamente, teniendo cuidado de no ser vistos. Estábamos lejos, pero podíamos divisar a dos hombres conversando en el exterior del galpón. Se subieron al coche y condujeron nuevamente hacia la ciudad.
Aceleré el paso. La construcción estaba cada vez más cerca. No tenía ventanas y había varias huellas de auto a su alrededor. Estaba nerviosa. Sentía cómo la sangre se deslizaba con mayor presión a través de mis venas.
Sólo unos metro más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario