Había menos gente de la que hubiese imaginado. Las ideas que uno se hace de las capitales suelen ser erróneas. Y yo, que jamás había viajado hasta allá en colectivo, esperaba un Retiro abarrotado de personas corriendo de un lado a otro.
En cuanto tuve mi valija, un hombre vestido al mejor estilo sport se acercó y me tomó del hombro.
—Alan, vamos. Y rápido —murmuró, como si le estuviese hablando al aire, porque ni siquiera me miró.
Caminamos rápidamente, mientras él desplegaba quizá su mejor monólogo en meses, siempre a una velocidad casi ininteligible:
—El auto es como un taxi; hay que llamar la menor atención posible. Y vamos a dar unas vueltas por la zona antes de emprender camino, simplemente por precaución. A partir de hoy tu vida va a cambiar un poco.
Subimos al auto negro y amarillo, que se puso en marcha rápidamente, zigzagueando entre colectivos y dando vueltas sin ningún sentido alrededor de la terminal. Estuvimos así varios minutos, y entonces comenzamos a andar, probablemente, hacia el verdadero objetivo.
Nunca lo supe, porque mi celular sonó:
—¿Hola?
—Alan, ¿dónde estás? —era la misma voz que hacía unas horas había cambiado mi destino; la misma que me había hecho sentar en ese asiento en el que estaba sentado—. Mis hombres te vieron bajar del colectivo y luego te perdieron de vista.
Mi estómago se retorció como jamás lo había hecho. Y de pronto, sentí mi garganta seca, muy seca. Estaba viajando con la persona equivocada. Más que equivocada.
—Acabamos de salir de Retiro… no sé bien en donde estamos, pero en un rato voy a tu casa —expliqué, rogando que me entendiera.
—Ya veo… escuchá: necesito el número de patente del auto. Así podemos rastrearlo y encontrarte lo antes posible. Enviame un mensaje de texto, y por favor tené cuidado.
Corté. El conductor me miraba fijamente a través del espejo retrovisor, como si estuviese intentando leerme la mente.
—Mi novia —mentí, con una sonrisa tímida. Y me puse a mirar el paisaje por la ventanilla de mi asiento, aunque mi objetivo era otro.
“GUM 483”, escribí en el celular, copiando la inscripción del vidrio.
A Julián Cambiagno-Ulacco le gusta esto. (Lo del vidrio no es una inscripción, es un grabado)
ResponderEliminarJAJAJAJA
ahh es verdad!
ResponderEliminarbueno, después lo cambio.