Tres hombres vistiendo trajes irrumpieron en el taxi en cuanto tuvo que detenerse en un semáforo. Abrieron las puertas y sacaron al conductor a la fuerza. Dos de ellos lo llevaron a un auto negro, con vidrios polarizados, que estaba parado en esa esquina.
El tercero se subió al asiento delantero.
—Eso fue arriesgado —dijo.
Yo no contesté. Me dolía la cabeza, me ardía la garganta y se me retorcía el estómago. Tenía los ojos bañados en lágrimas de miedo. O de intriga, o de nervios. No lo sé.
—Fueron más rápidos que nosotros en Retiro. Por suerte pudiste enviar esa patente: dudo que hubiésemos podido rescatarte de otra forma.
Rescatarme. Eso corroboraba mi hipótesis: había alguien buscándome, seguramente la misma persona que había ido tras mis padres. Y ya me había encontrado.
Apoyé la cabeza en el vidrio y suspiré, fijando la vista en la nada.
—No tengas miedo. Ahora que estás con nosotros, todo va a ir bien. En cuanto hables con Mariano vas a entender todo. Es complicado, pero él sabe manejar los temas complicados.
—Está verde —murmuré, refiriéndome al semáforo.
El auto comenzó a avanzar. Las calles fueron pasando, una tras otra, pero mi cerebro estaba demasiado ocupado intentando relajarse como para prestar atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario