—¿Estás
mejor? —escuché desde el celular.
—Sí
—respondí—. Un poco.
Mariano
suspiró.
—Disculpame.
Pero necesitaba mostrarte el lado más duro de nuestro trabajo. Necesitaba
mostrártelo antes de que te decidieras a abrir la caja. Ahora ya estás en
condiciones de decidir.
Sonreí,
con los ojos bañados en lágrimas. Me despedí, corté y me senté en el sillón del
living. La caja de madera estaba apoyada en el suelo, justo en frente mío.
Esperándome.
Mi
cabeza ardía, a punto de explotar. Los sentimientos, los pensamientos, las
ideas, iban y venían. Se entrelazaban. Se chocaban. Se golpeaban. Se
enfrentaban. No quería ese sufrimiento. No quería verme otra vez en frente de
una pareja desesperada. No quería. No podía.
Y
sin embargo, quería encontrar a Marco. Quería buscar a Marco. Ver su rostro, ver
sus ojos. Abrazarlo. Y quería rastrear a los secuestradores. Quería ver sus
rostros, ver sus ojos. Apresarlos.
Tomé
la caja, la apoyé sobre mis muslos y saqué una pequeña llave del bolsillo. Al
fin y al cabo, Ramona me había dicho que me iba a acostumbrar al dolor; que en
un tiempo ya no me haría tan mal. Abrí la cerradura y retiré la
tapa.
Lo
primero que vi fue una carpeta de cartón, amarilla, escrita con fibrón negro: Marco Ferrari. La abrí. Las primeras
hojas eran fotocopias de todos los estudios anteriores al parto. Después, los
datos de nacimiento escritos con una letra prolija y redondeada; la de mi mamá.
Pero nada más. Algunas hojas casi en blanco, con apenas algunos datos sobre
posibles paraderos de Marco, todos descartados.
Apoyé
la carpeta sobre el sillón, a mi lado y volví mi atención al interior de la
caja. Había fotos. Fotos de distintas personas. Al dorso figuraban su nombre,
apellido y fecha de nacimiento. Uno de ellos era el hombre que me había
intentado secuestrar. Aquellas personas eran quienes me buscaban. Las miré una y
otra vez, fijando sus caras en mi mente. Tenía que hacerlo; tenía que conocer al
peligro.
Un
cuaderno en blanco, una agenda, lapiceras, una calculadora, dos lápices. Lentes
de sol, una linterna, un sobre con chinches. Iba retirando todo de la caja,
colocándolo sobre el sillón.
Otro
folio con fotografías, esta vez de autos. Serían alrededor de veinte. En el
dorso, la patente. Y en algunas, en rojo, la palabra “secuestrado”. Pude ver al taxi al que me
había subido. GUP 483.
Secuestrado.
En
el fondo había un paquete papel madera. Era bastante pesado. Lo abrí lentamente
y contuve el aliento cuando mi mano sintió el frío metal al retirar el
envoltorio. Una pistola. Una pistola, una caja de balas y una
nota.
Sólo
por las dudas.
AAHH está poniéndose cada vez más llena de suspenso. Me encanta.
ResponderEliminarBesote!!
Cami.
Esperemos que no tenga dudas... pero la cosa cada vez es más misteriosa. Supongo que el destino ya lo tienes fijado ¿no? ¡¡qué intriga!!
ResponderEliminarUnos días después empezó a enredarse todo.
ResponderEliminarRealmente, fue complicado.