8.4.10









—¿Le pasa algo? —me preguntó Federico cuando Lisandro se fue al baño.
Me encogí de hombros. Sí, algo le pasaba. Tenía los ojos hinchados, rojos: era lógico que había estado llorando. Apenas largaba alguna que otra palabra, y eso que normalmente era muy parlanchín. Se había limitado a saludarnos, había colgado su campera en el perchero de la cocina y había guardado una caja de madera bajo la barra. En las horas siguientes, apenas se había atrevido a mirarnos.
—Voy a hablar con él. Tal vez necesite charlar —murmuró, limpiándose las manos con un repasador enchastrado.
—No le insistas.
Era una noche muy tranquila. Las mesas estaban todas ocupadas, pero no había gente haciendo cola ni grupos muy alterados. El aire estaba pesado y podía percibirse la lluvia que estaba por venir.
Cristián lavaba una olla y Helena estaba terminando de preparar una copa helada que hacía minutos habían pedido. Clara estaba atendiendo. Salí de la cocina y me paré atrás de la barra. Un hombre tomaba cerveza sentado en una banqueta.
Mi vista se fijó en una cosa, acomodada cuidadosamente debajo de la barra: la caja de Lisandro. Quería saber qué le pasaba y allí, lo presentía, estaba la respuesta. Y sin embargo, no quería espiarlo.
Me agaché.
Tomé la tapa con ambas manos. Me quedé así unos segundos, a un paso de abrir la caja y también a un paso de dejarla cerrada. Y entonces hice fuerza hacia arriba. Bastante fuerza hacia arriba.
No se abrió.
—¿Margarita? —preguntó Clara.
Me paré.
—Hay muchísima mugre acá abajo. Hoy va a haber que limpiar bien —murmuré rápidamente, intentando disimular—. ¿A quién le toca limpiar hoy?
—A Fede y a Lisandro.
Asentí con la cabeza. Fui hasta la cocina, tomé la copa helada y la llevé a la mesa correspondiente, mostrando mi mejor sonrisa. Federico volvió del baño.
—Nada —dijo en cuanto me puse a su lado—. No largó ni una palabra; simplemente que ya se le iba a pasar. Y que no nos preocupáramos.
—Intenté abrir la caja —confesé—. Pero no pude.
—Tiene llave. Cuando entré al baño, la estaba mirando. La escondió enseguida.
Fruncí el ceño. Me giré hacia la caja y la observé durante unos segundos. Ahí adentro había algo importante. Algo que llamaba mi atención de una forma increíble. No quería ver su interior: necesitaba hacerlo. Necesitaba saber lo que escondía Lisandro. Necesitaba conocer su secreto.
Y lo iba a conseguir.

1 comentario:

  1. Es mucho suspense el que nos dejas, la llave, la caja, las lágrimas... aunque en el fondo se intuye que puede ser lo que hay.
    Sigue así.

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