—¿Le
pasa algo? —me preguntó Federico cuando Lisandro se fue al
baño.
Me
encogí de hombros. Sí, algo le
pasaba. Tenía los ojos hinchados, rojos: era lógico que había estado llorando.
Apenas largaba alguna que otra palabra, y eso que normalmente era muy
parlanchín. Se había limitado a saludarnos, había colgado su campera en el
perchero de la cocina y había guardado una caja de madera bajo la barra. En las
horas siguientes, apenas se había atrevido a mirarnos.
—Voy
a hablar con él. Tal vez necesite charlar —murmuró, limpiándose las manos con un
repasador enchastrado.
—No
le insistas.
Era
una noche muy tranquila. Las mesas estaban todas ocupadas, pero no había gente
haciendo cola ni grupos muy alterados. El aire estaba pesado y podía percibirse
la lluvia que estaba por venir.
Cristián
lavaba una olla y Helena estaba terminando de preparar una copa helada que hacía
minutos habían pedido. Clara estaba atendiendo. Salí de la cocina y me paré
atrás de la barra. Un hombre tomaba cerveza sentado en una
banqueta.
Mi
vista se fijó en una cosa, acomodada cuidadosamente debajo de la barra: la caja
de Lisandro. Quería saber qué le pasaba y allí, lo presentía, estaba la
respuesta. Y sin embargo, no quería espiarlo.
Me
agaché.
Tomé
la tapa con ambas manos. Me quedé así unos segundos, a un paso de abrir la caja
y también a un paso de dejarla cerrada. Y entonces hice fuerza hacia arriba.
Bastante fuerza hacia arriba.
No
se abrió.
—¿Margarita?
—preguntó Clara.
Me
paré.
—Hay
muchísima mugre acá abajo. Hoy va a haber que limpiar bien —murmuré rápidamente,
intentando disimular—. ¿A quién le toca limpiar hoy?
—A
Fede y a Lisandro.
Asentí
con la cabeza. Fui hasta la cocina, tomé la copa helada y la llevé a la mesa
correspondiente, mostrando mi mejor sonrisa. Federico volvió del
baño.
—Nada
—dijo en cuanto me puse a su lado—. No largó ni una palabra; simplemente que ya
se le iba a pasar. Y que no nos preocupáramos.
—Intenté
abrir la caja —confesé—. Pero no pude.
—Tiene
llave. Cuando entré al baño, la estaba mirando. La escondió
enseguida.
Fruncí
el ceño. Me giré hacia la caja y la observé durante unos segundos. Ahí adentro
había algo importante. Algo que llamaba mi atención de una forma increíble. No
quería ver su interior: necesitaba hacerlo. Necesitaba saber lo que escondía
Lisandro. Necesitaba conocer su secreto.
Y
lo iba a conseguir.
Es mucho suspense el que nos dejas, la llave, la caja, las lágrimas... aunque en el fondo se intuye que puede ser lo que hay.
ResponderEliminarSigue así.