6.4.10




Mariano abrió la puerta y me recibió con una sonrisa. Entré a la casa y nos sentamos en la cocina. Había mate preparado y un paquete de palmeritas recién abierto. Eran las cuatro y diez.
—Perdón —soltó de la nada. Lo miré extrañado.
—¿Por?
—Por lo que vas a pasar en un rato —murmuró. Se puso de pie y salió de la cocina. Volvió después de unos minutos con una caja —. Hoy podría decirse que vas a empezar a trabajar con nosotros. Vas a conocer a Ramona y también va a venir Pablo, el hombre que te trajo la primera vez. Acá adentro —dio unos golpes a la tapa de madera—, hay varias cosas que te van a ser útiles… y algunas que espero nunca tengas que usar. Abrila cuando estés cómodo. Y seguro de que querés hacer esto. Es peligroso. Y triste. Pero sobretodo, peligroso.
Volví a asentir. Me cebó un mate y alguien golpeó la puerta. Era Ramona, una mujer de unos treinta años. Alta, con el pelo corto, castaño oscuro. Me saludó alegremente y se sentó en la computadora de la sala principal.
Un rato más tarde llegó Pablo. Me contó que el taxi en el que me había traído ya estaba secuestrado y que habían dejado al conductor en la plaza Libertador, así que tenía que andar con cuidado: conocía muy bien mi cara, y a pesar de mi pelo oscuro y mis ojos verdes me reconocería de todas formas.
A las cinco sonó el timbre. Ramona y Mariano se miraron y me hicieron pasar al comedor. Había una mesa de madera y seis sillas. Nos sentamos y, después de unos segundos, entró Pablo junto a una pareja. Una mujer de unos treinta y cinco años, un hombre de unos cuarenta. Parecían destrozados.
—Gracias por recibirnos —dijo ella, acomodándose en una silla—. Estamos desesperados, no sabemos a quién acudir y… —se detuvo con un sollozo.
—Está bien, no se hagan problema. Ramona ya nos puso al tanto de la situación. Está investigando cuidadosamente los archivos del hospital. Se atendió con el doctor Espinoza, ¿cierto?
El hombre, todavía de pie, asintió en silencio, abrazando a su mujer.
—Tenemos que hacer algo con él, urgente —murmuró Ramona—. No puedo confiar en nadie dentro del hospital, parece que el equipo es grande.
La mujer inspiró profundamente y levantó la cabeza. Nos miró a todos con ojos hinchados y rojos, empapados. Estaba temblando.
—¡Por favor, ayúdenme! ¡Necesito verla! ¡Necesito ver a mi hija! –gritó—. ¡Me dijeron que estaba muy mal! ¡Que estaba enferma! ¡Y entonces…! —hizo silencio: todos sabíamos qué había sucedido entonces.
Yo no pude más. Me paré, me disculpé, salí de la habitación y fui directamente al living. Ramona me siguió. Nos miramos, en silencio.
Se acercó y me abrazó, mientras yo rompía en llanto.

3 comentarios:

  1. Pero, che.
    Se me chanfleón el título.
    Un fé de erratas.

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  2. jejeje, yo lo leí rápido y no noté que estaba mal el título.

    Los capítulos que preceden, igual que éste, genial. Comenzamos a ver más personajes, pero tengo que releer porque no había notado que lisandro estaba de moreno, debí perderme algo.

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