—Perdón por llegar tarde, creí que tardaba menos
caminando —expliqué, incluso antes de saludar, colgando mi campera en el
perchero de la cocina.
—Está bien —sonrió Margarita—. Hola, Lisandro, ¿cómo
estás? —remarcó.
Me reí.
—Bien, ¿ustedes?
—¡De maravilla! —ironizó Federico—. Muero por empezar a
hornear tostadas.
—Para hoy tenemos un almuerzo de seis personas y otro de
ocho. Ah, y un desayuno de tres… aunque tiene un asterisco —leyó ella en la
libreta de reservas—. ¿Qué significará, para Patricio, un asterisquito?
—Desayuno de tres, enseguida empiezo. Helena no viene
hasta las once, así que no voy a tocar un ingrediente del almuerzo. No quiero
verla otra vez de mal humor.
—No van a poder terminar a tiempo —murmuró Margarita. Me agarró de la muñeca y me llevó
fuera de la cocina, hacia atrás de la barra—. Muy bien, manos a la obra
—sonrió. Tomó una pila de manteles, la dividió a la mitad y me dio una a mí.
La mañana pasó rápido. No hubo mucha gente desayunando, así
que tuvimos bastante tiempo para charlar y conocernos un poco. Era extrovertida
y espontánea. Tenía un gran sentido del humor y siempre estaba sonriendo. O, al
menos, cuando no estaba enojada, como me repitió Federico una y otra vez.
—El asterisco —me dijo en un momento—, significa “probablemente venga una persona más”.
Son cuatro. Y Patricio no entiende nada de símbolos.
Helena llegó a las once, y parecía alterada. Entró a la
cocina sin saludar, tomó su delantal y, en el apuro, tiró una pila de ollas.
Enseguida se pusieron a cocinar diferentes tipos de salsas y sacaron de los
congeladores pilas de carne y pastas.
A la hora del almuerzo el bar se llenó. Había mucha
gente vestida formalmente, probablemente en su receso laboral. Las dos mesas
reservadas eran de grupos de estudiantes que habían salido de la escuela. Y en
una mesa doble se sentaron dos chicas.
Una de ellas llamó mi atención. Tenía el pelo castaño,
ondulado y largo hasta las axilas. Hablaba con su amiga, siempre sonriendo. Y
su sonrisa era brillante. Llevaba puesta una camisa blanca y un pantalón de
jean azul oscuro. Su piel parecía suave y sus labios eran preciosos. Ella. Ella
era preciosa.
—La próxima vez, dejo que la atiendas —se burló Margarita
al verme observarla—. Viene todos los días excepto los domingos. Trabaja en una
librería a una cuadra. Es vegetariana.
—¿Cómo se llama? —pregunté.
—Julia.
Hermoso capítulo!!!
ResponderEliminarSaludito Eduardín.
Cami
Cami, ¿te gustan los capítulos romanticones?
ResponderEliminarLisandro tiene mucho que contar.
Un beso.
Me re copéeeeeeeeeeee
ResponderEliminarEstá geniallllllllllllll
Jajaja, me olvidé el nombre
ResponderEliminarSusana
Hols Susana.
ResponderEliminarYa era hora de contar, de que todos supieran.
A veces cuando escribo se me seca la garganta... pero bueno, es mi vida. Fue mi vida.