1.4.10





Apagué el despertador y me senté en la cama. Sabía que era la única forma de levantarme; si me hubiese quedado acostado seguramente me hubiese dormido.
La habitación estaba débilmente iluminada por la luz solar que se filtraba a través de la persiana cerrada. Era suficiente para distinguir los contornos: la cama, la mesa de luz, el placard…
Bostecé, prendí el velador y me destapé. Un escalofrío recorrió mi espalda. Salí de la cama, caminé hasta la ventana, subí la persiana y me dirigí al baño, un poco molesto por la repentina luz diurna.
Alan Ferrari…”, pensé mientras me miraba al espejo. “Casi”.
Me lavé los dientes y entré a la ducha. Canté con entusiasmo mientras limpiaba mi pelo y mi cuerpo, relajándome. Sin embargo, la idea de un hermano mayor no podía alejarse de mi cabeza. No podía sacarla de ahí.
Salí de la bañera y me cubrí con el toallón. El vapor había calentado el baño, así que no pasé frío. Me sequé, me vestí y volví a mirarme al espejo, que seguía un poco empañado.
Me puse el lente derecho y me observé durante unos segundos. ¿Quién era ese? ¿Quién era esa mezcla? ¿De quién eran esos ojos? Un marrón y un verde que no significaban absolutamente nada. No identificaban a nadie.
Me puse el lente izquierdo y volví a observarme. Sonreí, negando con la cabeza. Ahí estaba yo. O, al menos, el nuevo yo. Con pelo oscuro y ojos verdes.
Lisandro Borromeo.
En mi habitación, sonó el celular. Resoplé y fui a atenderlo, sin poder creer que a las nueve de la mañana Mariano ya me estuviera llamando. Tomé el teléfono y busqué con la vista el botón adecuado: todavía no me acostumbraba al nuevo artefacto que me habían dado, obviamente para proteger a Alan.
—Mariano —saludé luego de ver su nombre en la pantalla.
—Lisandro —obtuve por respuesta. Sí, Lisandro—. Necesito que vengas, ¿estás ocupado?
—Entro a trabajar en media hora. Termino el primer turno a las dos y media.
—Muy bien, te espero a esa hora. Necesito hablar con vos de algo importante. ¿Ayer leíste algo de lo que te di?
Suspiré. Era una pregunta más que esperada.
—Un poco… —dudé—. Muy poco. Me costó.
—Bien… —hizo una pausa—. Hoy va a ser un día difícil, entonces. A las cinco tengo unos invitados, y me gustaría que los conocieras.
—¿Quiénes?
—Perdón, pero no puedo contarte todo por teléfono —se disculpó, con tono misterioso—. La intriga es un elemento clave en mi personalidad —se burló.

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