Cuando
llegué a Juno y encontré todas las mesas preparadas intuí que me había perdido
de algo. Atravesé la sala y entré a la cocina. Lisandro y Federico estaban
sentados sobre unos cajones de cerveza, charlando.
—¿No
es muy temprano, Ele? —Lisandro me miró, sorprendido por su nuevo sobrenombre—.
Solés llegar después de mí.
Se
encogió de hombros.
—Es
que ayer salimos y dormí en lo de Fede, así que vine con él.
—Gracias
por invitarme —apunté, sonriendo.
Se
rieron. Federico miró el reloj y se puso de pie, dispuesto a preparar los primeros
desayunos: cortar el pan, hornearlo, servir la manteca…
—Fue
una idea espontánea —murmuró—. Terminamos de limpiar y se nos ocurrió salir a
tomar algo. Cuando quieras, organizamos algo.
—Perfecto
—asentí.
Clara
y Helena llegaron enseguida y se pusieron manos a la obra. Cristián iba a
llegar más tarde, así que antes de que entraran los primeros clientes ayudamos
un poco en la cocina.
La
mañana, como siempre, fue tranquila. A la hora del almuerzo empezó a llegar más
gente, pero nada devastador. Nos repartimos las mesas a medida que se ocupaban
y a todos nos quedó tiempo para descansar.
Cuando
Lisandro corrió hacia la cocina y en su lugar apareció Federico, comencé a
sospechar que algo no estaba bien. Me dirigí a la última mesa que se había
ocupado y sonreí.
—Hola,
¿qué tal?
—Buen
día —dijo el hombre. Era robusto y lucía un traje oscuro—. Acá trabaja Alan
Ferrari, ¿cierto? Me gustaría que él me atendiera.
—No,
no trabaja ningún Alan… —murmuré, extrañada—. ¿Tal vez en frente?
Federico
se puso rápidamente a mi lado, luciendo una increíble sonrisa. Apoyó su mano
sobre mi hombro y se rió suavemente.
—Alan
Ferrari, el chico que te reemplazó ayer —dijo.
Lo
miré con sorpresa. No había faltado el día anterior. Incluso, si lo hubiera
hecho, nadie me hubiese reemplazado. Pero no dije nada.
—Tenemos
el teléfono, si quiere —siguió el cocinero—. Dejá, Marga; yo lo atiendo
—agregó, dirigiéndose a mí.
Asentí
con la cabeza, en silencio. Di media vuelta y caminé decidida hacia la cocina.
Había encajado dos piezas: la mentira de Federico y la sorpresiva reacción de
Lisandro. Y mi necesidad de saber se había multiplicado.
Helena
y Cristián me sonrieron y luego siguieron con su trabajo. Yo avancé hasta
pararme justo al lado de Lisandro. Acerqué mi boca a su oreja.
—Así que Alan… —susurré.
quiero leer mas...mas....mas....jejeje
ResponderEliminarno lo leo cada vez que lo subis,
pero recien lei del 18 al 21...
me encanta