27.4.10





Cuando llegué a Juno y encontré todas las mesas preparadas intuí que me había perdido de algo. Atravesé la sala y entré a la cocina. Lisandro y Federico estaban sentados sobre unos cajones de cerveza, charlando.
—¿No es muy temprano, Ele? —Lisandro me miró, sorprendido por su nuevo sobrenombre—. Solés llegar después de mí.
Se encogió de hombros.
—Es que ayer salimos y dormí en lo de Fede, así que vine con él.
—Gracias por invitarme —apunté, sonriendo.
Se rieron. Federico miró el reloj y se puso de pie, dispuesto a preparar los primeros desayunos: cortar el pan, hornearlo, servir la manteca…
—Fue una idea espontánea —murmuró—. Terminamos de limpiar y se nos ocurrió salir a tomar algo. Cuando quieras, organizamos algo.
—Perfecto —asentí.
Clara y Helena llegaron enseguida y se pusieron manos a la obra. Cristián iba a llegar más tarde, así que antes de que entraran los primeros clientes ayudamos un poco en la cocina.
La mañana, como siempre, fue tranquila. A la hora del almuerzo empezó a llegar más gente, pero nada devastador. Nos repartimos las mesas a medida que se ocupaban y a todos nos quedó tiempo para descansar.
Cuando Lisandro corrió hacia la cocina y en su lugar apareció Federico, comencé a sospechar que algo no estaba bien. Me dirigí a la última mesa que se había ocupado y sonreí.
—Hola, ¿qué tal?
—Buen día —dijo el hombre. Era robusto y lucía un traje oscuro—. Acá trabaja Alan Ferrari, ¿cierto? Me gustaría que él me atendiera.
—No, no trabaja ningún Alan… —murmuré, extrañada—. ¿Tal vez en frente?
Federico se puso rápidamente a mi lado, luciendo una increíble sonrisa. Apoyó su mano sobre mi hombro y se rió suavemente.
—Alan Ferrari, el chico que te reemplazó ayer —dijo.
Lo miré con sorpresa. No había faltado el día anterior. Incluso, si lo hubiera hecho, nadie me hubiese reemplazado. Pero no dije nada.
—Tenemos el teléfono, si quiere —siguió el cocinero—. Dejá, Marga; yo lo atiendo —agregó, dirigiéndose a mí.
Asentí con la cabeza, en silencio. Di media vuelta y caminé decidida hacia la cocina. Había encajado dos piezas: la mentira de Federico y la sorpresiva reacción de Lisandro. Y mi necesidad de saber se había multiplicado.
Helena y Cristián me sonrieron y luego siguieron con su trabajo. Yo avancé hasta pararme justo al lado de Lisandro. Acerqué mi boca a su oreja.
—Así que Alan… —susurré.

1 comentario:

  1. quiero leer mas...mas....mas....jejeje

    no lo leo cada vez que lo subis,
    pero recien lei del 18 al 21...
    me encanta

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