1.5.10





Entré a la sala en silencio. Ramona y Verónica me recibieron alegremente mientras Matías descansaba en los brazos de su madre.
—¿Todo bien? —preguntó la primera.
Respiré profundamente, y fue suficiente para que notara que algo iba mal.
—Ayer a la noche Federico me llevó a casa. Nos siguió un auto, la patente está en la lista de Mariano. Tuvimos que perderlo y entrar a un bar. Le conté todo, no sabía qué mentira inventar. No se me ocurría nada…
—Eso no importa. Lo importante es que estás bien, y que no te encontraron.
Me quedé en silencio.
—¿Qué pasó? —se asustó Ramona.
—Hoy al mediodía un hombre fue al bar. Está en las fotos de Mariano. Por suerte pude esconderme a tiempo y Federico me ayudó. Pero Margarita se dio cuenta de lo que estaba pasando y quiere saber. Tengo que contarle, no me queda otra opción.
Asintió en silencio, comprensiva.
—Mariano no tiene que saber nada. Al menos, por unos días, hasta que todo se tranquilice. Y por favor, cuidá a tus amigos. Sabiendo, corren peligro —agarró la bandeja de metal que descansaba sobre la mesa de luz—. Me tengo que ir, acá soy Irina la enfermera, así que mejor me pongo a trabajar —dijo, y salió del cuarto.
Me senté en una silla, al lado de la cama, mirando Matías. Se había despertado y movía los brazos suavemente. Sus ojos observaban todo con sorpresa.
—Es precioso —susurré. Estiré mi brazo y toqué su nariz con mi dedo índice.
Verónica me sonrió.
—Ey —dijo, jugando con su hijo—. Ey, acá está tu tío. Él es tu tío.
Me reí.
—Gracias —agregó.
—No hay nada que agradecer. Más bien yo debería agradecerte —comenté, y me quedé observando al bebé. ¿Qué hubiera sido de él si algo hubiese salido mal? No quería pensarlo, pero era inevitable. La pregunta se repetía una y otra vez en mi cabeza. Pero ahí estaba, justo frente a mí. Y era precioso.
—Hola Matías —dije, hablando enérgicamente. Por alguna razón, cuando uno le habla a los bebés lo hace enérgicamente.
Verónica lanzó una débil carcajada.
—No se llama Matías, Lisandro —explicó—. Era un nombre inventado, como toda la historia. Yo tampoco me llamo Verónica, no sé si sabías.
Tenía sentido. Así, si surgía cualquier sospecha en el hospital, no había peligro alguno. Nunca encontrarían a Verónica, ni a Matías.
—¿Y cómo se llama? —pregunté.
—Alan.

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