Mariano
lanzó una risita y dirigió una mirada curiosa a Natalia.
—¿Hay
alguna forma de rastrear el teléfono y ubicación de la llamada?
Ella
dudó.
—Sí,
toda esa información está cifrada en el archivo original de la grabación, pero
yo no sé obtenerla. Puedo extraer el audio, pero no más que eso…
—¿Conocés
a alguien que sepa?
—Sí,
tengo un contacto.
—¿Es
de confianza?
Volvió
a dudar.
—No
—murmuró, insegura—. Pero probablemente no le importe trabajar sin saber para
qué queremos esos datos, o sobre qué son.
Mariano
frunció el entrecejo.
—¿No?
—Mientras
le paguemos…
Él
inhaló profundamente, asintiendo con la cabeza.
—Averiguá
los costos. Conseguir la ubicación de nuestros amigos sería un paso gigantesco en la investigación —ordenó con
entusiasmo, y se volvió a Ramona—. Necesito toda la información que puedas
conseguir sobre Mónica: nombre completo, DNI, teléfonos, direcciones,
fotografías, lo que sea. ¿Te lo encargo?
—No
estoy segura de que haya alguna Mónica en el hospital…
—Por
favor, Ramona —se burló Mariano—. Debe haber Mónicas en todos los hospitales
del país. Quizá es un segundo nombre, o un apellido. Investigá.
—O
quizá es un nombre falso —balbuceó ella.
—Eso
complicaría más las cosas. Seamos optimistas.
Hizo
una pausa de unos segundos, pensativo. Había ideado una nueva táctica en sólo
segundos. Y nos había encontrado algo que hacer a cada uno de nosotros. Y a él
mismo, por supuesto. Pero eso no lo sabríamos.
—Emanuel,
Pablo… investiguen a Espinoza fuera del hospital. Necesitamos saber más sobre
su vida. Qué lugares frecuenta, con quién se suele ver, no sé, todo lo que hace
a la vida de una persona. Tengan cuidado. Y sean discretos.
—Más
bien, Mariano —apuntó Emanuel, con una sonrisa brillante.
Miré
al viejo amigo de mis padres, expectante. ¿Qué tenía para mí?
—¿Cómo
te sentís, Lisandro? Después de tu actuación en el hospital, después de esto…
¿estás bien?
Asentí
con la cabeza. Estaba bien, sí. Mejor de lo que hubiese esperado.
—Voy
a darte un recreo. En unos días hablamos, ¿te parece?
Volví
a asentir. No me venía nada mal. Con lo que había pasado en los últimos días
tenía la cabeza demasiado ocupada. Miré mi reloj y mi estómago se retorció.
En
menos de una hora, Margarita y Federico estarían en mi departamento.
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