8.5.10






—¿Lograbaron? —pregunté, completamente sorprendida, cuando Lisandro terminó suextensísimo relato.
Federicome miró con el ceño fruncido.
—¿Estodo lo que vas a preguntar? ¡Hola! —se burló—. ¡Tiene un hermano!
Lisandrose rió.
Eracierto, había muchas cosas por indagar, muchas cosas que jamás habría imaginadoencontrar fuera de un televisor. Pero había acumulado la información tanrápidamente, que lo único a lo que había hecho tiempo de cuestionar había sidola grabación. ¡Conocían la voz de un traficante de bebés! Me zumbaron losoídos.
—Novoy a contestar preguntas. Ya es suficiente con que sepan la verdad.
—Almenos nos vas a mantener al tanto… —bromeó Federico otra vez, y su amigo lofulminó con la mirada.
—Habloen serio. Es peligroso, muy peligroso. Sobretodo ahora, que parece que siguenmis pasos con lupa. Así que, por favor, hagan de cuenta que no saben nada. Sipasa cualquier cosa, lo que sea… no se miren. No me miren. No me hablen. No sehablen. No corran peligro. Para mí, y no tengan dudad de que para Marianotambién, lo más importante es que estén bien.
Nosquedamos en silencio.
Comprendía,sí. Comprendía completamente lo que planteaba Lisandro. Pero, ¿cómo evitarpensar en la verdad? ¿Cómo evitar mirar, decir, hacer? ¿Cómo evitar lanzar unamirada de odio a una persona que entra al bar para investigar sobre mi amigo?¿Cómo evitar lanzar una mirada de odio a una persona que roba bebés?
—¿Podemosver las fotos? —pregunté tímidamente—. Las de los autos, las de los hombres delos que hay que cuidarse.
Éldudó, pero enseguida se puso de pie y buscó en un cajón. Volvió con dos foliosllenos de fotografías, y nos las mostró una a una. Había también dos listas,una de nombres y apellidos, la otra de patentes.
Suspiré.
Lasimágenes se grabaron en mi mente, como si el tiempo se hubiese detenido en cadauna de ellas para que pudiera observarlas durante la eternidad y así jamásolvidarlas. Como si el tiempo no quisiera que olvidara.
Ycon cada imagen, mi cerebro hizo un click.
¿Porqué ocultarse? ¿Por qué ocultar la verdad? Así, solamente seríamos un adorno,un objeto del que hay que cuidar para que no se dañe. ¿Y para qué? ¿Para quédar más trabajo a alguien que ya está sobrecargado?
Miréa Federico, que tenía los ojos fijos en la lista de nombres. Y miré a Lisandromientras él golpeteaba la fotografía del hombre que había ido al bar.
¿Paraqué quedarse de brazos cruzados, cuando se podía hacer algo?

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