—¿Estas
mejor? —preguntó Julia, mirándome con dulzura.
Le
sonreí mientras negaba con la cabeza.
—Todavía
tengo una sensación de quemazón en la panza —murmuré, haciendo el mayor
esfuerzo posible para que no sonara como un reproche.
Ella
lanzó una carcajada. Su mano jugaba entre su pelo, enredándolo, moviéndolo,
haciéndolo bailar. Estábamos en la parada de colectivo, esperando. El cielo
estaba despejado de nubes, pero las estrellas apenas podían verse, encandiladas
por la luz de la ciudad. Era una noche fría, cargada de neblina.
—Te
dije que era picante.
—No
supuse que la comida china podía llegar a ser tan picante como la mexicana —me
burlé.
Había
pedido un plato delicioso, pero con demasiado ají. Julia me lo había advertido,
conocedora del rubro, pero yo había decidido probarlo de todas formas.
Completamente
caprichoso.
Nos
quedamos en silencio durante unos segundos. Acerqué mi mano a su cara y comencé
a jugar yo también con su pelo. Ella me observaba atentamente, sin dejar de
sonreír.
Y
de pronto, de alguna manera que jamás podré explicar, porque jamás entendí cómo
sucedió, estábamos besándonos. Fue como si algunos segundos de mi vida hubiesen
desaparecido para siempre. No sé qué hice. No sé qué hizo. Desearía recordarlo,
realmente me gustaría.
Y
cuando nuestros labios se separaron, cuando abrí los ojos para mirar a mi
alrededor, vi un colectivo pasándonos, alejándose.
—Lo
perdiste —dije, conteniendo la risa.
—No
importa —susurró —. Espero el próximo, ¿te quedás?
No
respondí. Simplemente volví a besarla.
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