27.5.10







El sonido repentino del celular me despertó. Abrí los ojos con reproche y estiré el brazo hacia la mesa de luz. Tomé el teléfono y me lo acerqué a la oreja.
—Hola —dije, malhumorado.
—Buen día —respondió Mariano con tono burlón—. ¿Cómo estás?
—Estaba bien, durmiendo cómodamente, hasta que me llamaste —le contesté, siguiendo su broma. Bostecé.
—Bueno, levantate. Va a interesarte estar acá antes de las once.
—¿Por?
—Porque a las once llega el contacto de Natalia. Vamos a rastrear el lugar de la llamada a Espinoza.
—Voy para allá —finalicé, y corté.
Me quedé en la cama cinco minutos y me levanté. Tenía tiempo más que suficiente, así que me bañé y luego desayuné. Todavía me sentía un poco descompuesto por la cena de la noche anterior, por lo que simplemente tomé un café con leche. Me vestí, me puse los lentes de contacto y salí.
Llegué a la casa de Mariano a las once menos diez. Toqué el timbre y Emanuel me abrió la puerta. Entré y la cerré tras de mí.
—¿Cómo estás? —preguntó—. Llegaste justito.
En el living estaban Ramona, Mariano, Pablo, Natalia y un hombre trabajando en una de las computadoras. Los saludé y nos pusimos al día sobre las últimas novedades: Espinoza había recibido a una paciente cuyo novio la había abandonado, por lo que Ramona tenía todas sus energías puestas en la investigación. Por otro lado, Pablo y Emanuel continuaban recopilando la mayor cantidad de datos que pudiesen obtener, y en unos días intentarían revisar su casa.
—Bueno, ya está toda la información que podía captarse —nos dijo el amigo de Natalia, alrededor de veinte minutos después de que yo llegara—. Es un teléfono fijo, pero no figura en el sistema de la línea telefónica. Por lo visto no hay registro preciso de que existe. Eso significa que no pagan, además de que les brinda una privacidad extrema. No puedo extraer el número de teléfono, pero sí pude captar la ubicación exacta de la llamada —abrió una ventana en la computadora: era un mapa de Capital Federal con un punto rojo—. Es ahí. Exactamente en esa dirección.
El rostro de Mariano se iluminó de golpe. El timbre sonó y Pablo fue a atender.
Había un silencio increíblemente extraño: era un silencio alegre. Un silencio que contagiaba una sensación placentera. Hacía años que buscaban esa dirección, y por fin la tenían en sus manos.
—Así que hay buenas noticias —dijo una voz familiar, desde el pasillo. Me volví para ver quién me estaba hablando. Y al principio no le creí a mis ojos.
Margarita. Y a su lado, Federico.

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