El
sonido repentino del celular me despertó. Abrí los ojos con reproche y estiré
el brazo hacia la mesa de luz. Tomé el teléfono y me lo acerqué a la oreja.
—Hola
—dije, malhumorado.
—Buen
día —respondió Mariano con tono burlón—. ¿Cómo estás?
—Estaba
bien, durmiendo cómodamente, hasta que me llamaste —le contesté, siguiendo su
broma. Bostecé.
—Bueno,
levantate. Va a interesarte estar acá antes de las once.
—¿Por?
—Porque
a las once llega el contacto de Natalia. Vamos a rastrear el lugar de la
llamada a Espinoza.
—Voy
para allá —finalicé, y corté.
Me
quedé en la cama cinco minutos y me levanté. Tenía tiempo más que suficiente,
así que me bañé y luego desayuné. Todavía me sentía un poco descompuesto por la
cena de la noche anterior, por lo que simplemente tomé un café con leche. Me
vestí, me puse los lentes de contacto y salí.
Llegué
a la casa de Mariano a las once menos diez. Toqué el timbre y Emanuel me abrió
la puerta. Entré y la cerré tras de mí.
—¿Cómo
estás? —preguntó—. Llegaste justito.
En
el living estaban Ramona, Mariano, Pablo, Natalia y un hombre trabajando en una
de las computadoras. Los saludé y nos pusimos al día sobre las últimas
novedades: Espinoza había recibido a una paciente cuyo novio la había
abandonado, por lo que Ramona tenía todas sus energías puestas en la
investigación. Por otro lado, Pablo y Emanuel continuaban recopilando la mayor
cantidad de datos que pudiesen obtener, y en unos días intentarían revisar su
casa.
—Bueno,
ya está toda la información que podía captarse —nos dijo el amigo de Natalia,
alrededor de veinte minutos después de que yo llegara—. Es un teléfono fijo,
pero no figura en el sistema de la línea telefónica. Por lo visto no hay
registro preciso de que existe. Eso significa que no pagan, además de que les
brinda una privacidad extrema. No puedo extraer el número de teléfono, pero sí
pude captar la ubicación exacta de la llamada —abrió una ventana en la
computadora: era un mapa de Capital Federal con un punto rojo—. Es ahí.
Exactamente en esa dirección.
El
rostro de Mariano se iluminó de golpe. El timbre sonó y Pablo fue a atender.
Había
un silencio increíblemente extraño: era un silencio alegre. Un silencio que
contagiaba una sensación placentera. Hacía años que buscaban esa dirección, y
por fin la tenían en sus manos.
—Así
que hay buenas noticias —dijo una voz familiar, desde el pasillo. Me volví para
ver quién me estaba hablando. Y al principio no le creí a mis ojos.
Margarita.
Y a su lado, Federico.
wiii, esto cada vez se pone mejor =)
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