29.5.10







—Así que hay buenas noticias —dije, sonriendo.
Lisandro se volvió hacia nosotros con un gesto de incertidumbre.       Su mirada adquirió un brillo extraño; inusual. Era una cruza entre perplejidad y desilusión. Entre esperanza y resignación. Entre confianza e indignación. No podría definirlo.
—¿Cómo están? —saludó Ramona, rompiendo la gruesa capa de hielo que se había generado—. Hay bizcochitos.
Observaba a Lisandro con atención, como intentando descifrar lo que escondía su rostro. Federico caminó hasta el sillón y se sentó. Yo avancé detrás de él, pero me uní a la mesa, entre Emanuel y Pablo. Justo en frente de mi amigo.
—Tengo que irme —murmuró el hombre que estaba junto a la computadora—. Si necesitan cualquier cosa, llámenme —comenzó a caminar hacia la salida, acompañado por Natalia.
Cuando atravesó la puerta, Mariano dio una palmada suave, dispuesto a hablar.
—Bueno, ahora sí que tenemos mucho trabajo que hacer —dijo alegremente—. Emanuel, encargate de los planos. Hablá con Valentín, supongo que él podrá conseguirlos. Margarita, Lisandro: investiguen esa dirección. Vayan allá, vean lo que hay, intenten entrar. Necesitamos la mayor información posible. Ramona, por el momento seguí atenta en el hospital. Y Federico, quiero que acompañes a Pablo a la casa de Espinoza. Lo antes posible: si hay alguna referencia que pueda ayudarnos, la necesitamos urgente.
—Calle La Paz —señaló Natalia, que se había acercado a la pantalla—. Entre Echeverría y Sucre. ¡Qué zona!
—Y sí, es un buen negocio —comentó Ramona, poniéndose de pie y agarrando la pava y el mate—. Yo digo, podríamos dedicarnos a eso y dejar de perder tiempo en gastos, gastos y más gastos.
Lisandro y yo largamos una carcajada. Me miró con ojos serios durante unos segundos. Luego agachó la cabeza.
—¿Cómo llegaron acá? —preguntó.
Mariano también se levantó y se dirigió a la cocina.
—Te seguimos, el otro día —expliqué, hablando rápidamente. Federico, en el sillón, escuchaba expectante—. No podíamos saber todo lo que está pasando y no hacer nada al respecto. Y anoche volvimos y nos presentamos.
Volvió a reír. Y fue algo realmente sorpresivo.
—¿Vinieron a escondidas porque les dije que hicieran como si nada?
Asentí con la cabeza. No podía creer lo que estaba escuchando.
—No sabía que querían… —empezó, pero no terminó la frase—. Si hubiese sabido… —largó una carcajada, tapándose la boca con una mano.
Esperó a calmarse y luego hizo silencio durante unos segundos.
—Gracias —murmuró.

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