—¿Salen?
—quiso saber Clara. Eran las doce y diez; Juno acababa de cerrar y estábamos en
la vereda. Lisandro y Federico debían limpiar, por lo que había decidido
quedarme a esperarlos.
—No
—respondí, después de unos segundos. Y me arrepentí al instante.
—Ah,
como te quedaste a esperar a los chicos… —murmuró ella, al mismo tiempo que mi
cabeza buscaba una mentira apropiada.
—No…
—comencé, haciéndome la canchera, pero sin tener la menor idea de lo que diría
a continuación—. Pasa que Fede me pidió que lo ayude con unas cosas en su casa,
así que me quedo esperándolo.
Suspiré
por dentro, aliviada. Clara era inteligente, pero tampoco para tanto. ¿Cómo iba
a imaginar que los tres iríamos a debatir sobre un edificio en Belgrano, junto
a un grupo de personas que hacía años buscaban el rastro de una banda de
traficantes de bebés?
—Me
imagino —murmuró, indignada—. Está bien si no quieren salir conmigo, pero
tampoco soy tan idiota como para creer que Federico necesita ayuda a las dos de
la mañana —hizo una pausa—. Al menos, no del tipo de ayuda que pasa por mi
cabeza en este momento.
Le
lancé una mirada de desagrado. ¿Con Federico?
—Sí,
ya sé. Yo tampoco —dijo, cortante—. En fin, me voy. Disfruten de su salida —dio
por terminada la conversación con un gesto soberbio y se alejó caminando.
Entré
a Juno en cuanto dobló, en la esquina siguiente. Federico y Lisandro limpiaban
a toda velocidad. Me sumé a ellos; la idea era llegar a lo de Mariano cuanto
antes.
—Les
cuento las últimas: Clara piensa que vamos a salir sin ella —apunté mientras
remojaba el trapo de piso en un balde—. Y se enojó.
—¿No
se te ocurrió una mejor excusa? —resopló Lisandro.
Me
reí por lo bajo.
—Se
me ocurrió otra excusa, pero por lo visto no era mejor.
Terminamos
de limpiar casi una hora más tarde. Éramos tres, trabajando a la mayor
velocidad posible, y habíamos demorado casi una hora. Nos subimos al auto de
Federico y veinte minutos más tarde entramos a la casa de Mariano.
Nos
recibieron con caras serias y preocupantes. Supimos al instante que algo andaba
mal. No tuvimos que preguntar absolutamente nada.
—Tenemos
una noticia buena y una mala —murmuró Ramona desde el sillón.
—¿La
buena? —se metió Federico.
—Valentín
consiguió los planos.
—¿Y
la mala? —intervine.
Mariano
lanzó un profundo suspiro. Y Ramona levantó la mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario