8.6.10






—¿Salen? —quiso saber Clara. Eran las doce y diez; Juno acababa de cerrar y estábamos en la vereda. Lisandro y Federico debían limpiar, por lo que había decidido quedarme a esperarlos.
—No —respondí, después de unos segundos. Y me arrepentí al instante.
—Ah, como te quedaste a esperar a los chicos… —murmuró ella, al mismo tiempo que mi cabeza buscaba una mentira apropiada.
—No… —comencé, haciéndome la canchera, pero sin tener la menor idea de lo que diría a continuación—. Pasa que Fede me pidió que lo ayude con unas cosas en su casa, así que me quedo esperándolo.
Suspiré por dentro, aliviada. Clara era inteligente, pero tampoco para tanto. ¿Cómo iba a imaginar que los tres iríamos a debatir sobre un edificio en Belgrano, junto a un grupo de personas que hacía años buscaban el rastro de una banda de traficantes de bebés?
—Me imagino —murmuró, indignada—. Está bien si no quieren salir conmigo, pero tampoco soy tan idiota como para creer que Federico necesita ayuda a las dos de la mañana —hizo una pausa—. Al menos, no del tipo de ayuda que pasa por mi cabeza en este momento.
Le lancé una mirada de desagrado. ¿Con Federico?
—Sí, ya sé. Yo tampoco —dijo, cortante—. En fin, me voy. Disfruten de su salida —dio por terminada la conversación con un gesto soberbio y se alejó caminando.
Entré a Juno en cuanto dobló, en la esquina siguiente. Federico y Lisandro limpiaban a toda velocidad. Me sumé a ellos; la idea era llegar a lo de Mariano cuanto antes.
—Les cuento las últimas: Clara piensa que vamos a salir sin ella —apunté mientras remojaba el trapo de piso en un balde—. Y se enojó.
—¿No se te ocurrió una mejor excusa? —resopló Lisandro.
Me reí por lo bajo.
—Se me ocurrió otra excusa, pero por lo visto no era mejor.
Terminamos de limpiar casi una hora más tarde. Éramos tres, trabajando a la mayor velocidad posible, y habíamos demorado casi una hora. Nos subimos al auto de Federico y veinte minutos más tarde entramos a la casa de Mariano.
Nos recibieron con caras serias y preocupantes. Supimos al instante que algo andaba mal. No tuvimos que preguntar absolutamente nada.
—Tenemos una noticia buena y una mala —murmuró Ramona desde el sillón.
—¿La buena? —se metió Federico.
—Valentín consiguió los planos.
—¿Y la mala? —intervine.
Mariano lanzó un profundo suspiro. Y Ramona levantó la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario