10.6.10





No era tan mala como yo esperaba. Al principio creí que había pasado algo con Emanuel, que no estaba en la casa. Pero en cuanto Pablo comenzó a explicar, mi cuerpo tenso se relajó un poco.
Habían echado a Ramona del hospital. Lo más probable era que hubiese sido descubierta por Espinoza, por lo que tendría que andarse con cuidado. Mariano no parecía demasiado preocupado y repitió constantemente que ya conseguirían alguien más, a algún nuevo infiltrado.
Ramona, sin embargo, estaba destruida: desplomada en el sillón, al borde del llanto y con el rostro bañado de tristeza. Caminé hasta ella y me senté a su lado.
—¿Qué pasa? —pregunté con ternura—. Ya vamos a encontrar una forma de seguir espiando el hospital…
—E            se trabajo era lo único que me quedaba de Irina —murmuró, casi en un susurro—. Y ahora, nada. Nada que me haga sentir un poco yo.
Levanté la vista: los demás estaban yendo a la cocina. Margarita me dirigió una mirada triste antes de dejar la habitación.
—Empecé a trabajar en el hospital hace casi tres años. Mi mamá se había muerto unos meses antes y necesitaba un trabajo para poder mantenerme. En ese momento todavía me llamaba Irina García. Diez meses después de que ingresara, se robaron un bebé. Fui la encargada del parto y supe enseguida que no se había muerto. Lo intuía por dentro; lo sentía. Así que empecé a indagar en los archivos.
Se quedó en silencio durante unos segundos, con la mirada perdida, como si estuviese viviendo sus recuerdos. Yo no quería hablar. No sabía qué decir.
—Así conocí a Pablo —continuó—, que me trajo hasta Mariano. Y entonces empecé a ser Ramona Valente. Pero en el hospital nunca dejé de ser Irina. Irina García, hija de Juana García. Era lo único… lo único que me acercaba a mi vida anterior. Y se fue.
—A todos se nos fue algo, Ramona —comencé; no quería que sonara como una repartija de desventajas—. Pero todos ganamos, y ganamos muchísimo. Ramona tiene mucho, muchísimo.
—No es lo mismo. Trabajar con Mariano te hace sentirte Alan constantemente. Por más que te llamemos Lisandro, nunca vas a dejar de sentirte Alan. Pero estar acá no me brinda nada de Irina. Ella era la del hospital. No quiero olvidarme de ella, porque temo que así podría olvidarme de mi mamá.
—¿Y tu papá? —quise saber.
Me miró con angustia.
—Ni siquiera sé su nombre.

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