No
era tan mala como yo esperaba. Al principio creí que había pasado algo con
Emanuel, que no estaba en la casa. Pero en cuanto Pablo comenzó a explicar, mi
cuerpo tenso se relajó un poco.
Habían
echado a Ramona del hospital. Lo más probable era que hubiese sido descubierta
por Espinoza, por lo que tendría que andarse con cuidado. Mariano no parecía
demasiado preocupado y repitió constantemente que ya conseguirían alguien más,
a algún nuevo infiltrado.
Ramona,
sin embargo, estaba destruida: desplomada en el sillón, al borde del llanto y
con el rostro bañado de tristeza. Caminé hasta ella y me senté a su lado.
—¿Qué
pasa? —pregunté con ternura—. Ya vamos a encontrar una forma de seguir espiando
el hospital…
—E se trabajo era lo único que me
quedaba de Irina —murmuró, casi en un susurro—. Y ahora, nada. Nada que me haga
sentir un poco yo.
Levanté
la vista: los demás estaban yendo a la cocina. Margarita me dirigió una mirada
triste antes de dejar la habitación.
—Empecé
a trabajar en el hospital hace casi tres años. Mi mamá se había muerto unos
meses antes y necesitaba un trabajo para poder mantenerme. En ese momento
todavía me llamaba Irina García. Diez meses después de que ingresara, se
robaron un bebé. Fui la encargada del parto y supe enseguida que no se había
muerto. Lo intuía por dentro; lo sentía. Así que empecé a indagar en los
archivos.
Se
quedó en silencio durante unos segundos, con la mirada perdida, como si
estuviese viviendo sus recuerdos. Yo no quería hablar. No sabía qué decir.
—Así
conocí a Pablo —continuó—, que me trajo hasta Mariano. Y entonces empecé a ser
Ramona Valente. Pero en el hospital nunca dejé de ser Irina. Irina García, hija
de Juana García. Era lo único… lo único que me acercaba a mi vida anterior. Y
se fue.
—A
todos se nos fue algo, Ramona —comencé; no quería que sonara como una repartija
de desventajas—. Pero todos ganamos, y ganamos muchísimo. Ramona tiene mucho,
muchísimo.
—No
es lo mismo. Trabajar con Mariano te hace sentirte Alan constantemente. Por más
que te llamemos Lisandro, nunca vas a dejar de sentirte Alan. Pero estar acá no
me brinda nada de Irina. Ella era la del hospital. No quiero olvidarme de ella,
porque temo que así podría olvidarme de mi mamá.
—¿Y
tu papá? —quise saber.
Me
miró con angustia.
—Ni
siquiera sé su nombre.
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