12.6.10






La luz fluorescente iluminaba la cocina. Era un espacio amplio, con una mesa y seis sillas, y una larga mesada bordeando toda una pared. Todos estábamos allí: Mariano, Ramona, Pablo, Natalia, Federico, Margarita y Emanuel, que acababa de llegar.
—Acá está —dijo el último, extendiendo un gran papel sobre la mesa—. El plano del edificio Congardi V, probablemente uno de los más exclusivos de Belgrano. Sobretodo porque cuenta con diez pisos a los que sólo puede acceder personal autorizado, y sistemas de máxima seguridad.
Mariano se acercó y echó una mirada general al complejo plano. En el papel se detallaba la planta baja y dos pisos más, que eran el estándar para los pisos con acceso restringido y con acceso al público.
—El edificio pertenece a Eva Fantoma, pero las oficinas tienen todas distintos dueños. Mientras se construía, se pusieron a la venta… y se vendieron todas —siguió explicando Emanuel—. Estuvimos mirando con Valentín y hay algo en los planos que nos llamó la atención.
Señaló el croquis del Congardi V visto de frente, específicamente el espacio entre la planta baja y el primer piso. Intenté descifrar qué era lo llamativo, pero no pude darme cuenta.
—Este espacio es suficiente para construir un entrepiso, como suele hacerse en muchos edificios para los depósitos de portería —hizo una pausa mientras releía las especificaciones del plano—. Pero no aparece, en ningún lado, la existencia de un entrepiso.
Miré a Pablo, que parecía estar tan desconcertado como yo.
—¿Y si no hay entrepiso? —intervino Margarita—. El techo de la planta baja, desde afuera, parecía alto.
Emanuel asintió con la cabeza.
—Sí, el techo es alto. Cinco metros, acá dice. Eso sería hasta por acá —hizo una raya en el dibujo del Congardi V—. El primer piso tiene casi tres metros. Teniendo en cuenta la distancia de la ventana tanto hasta el techo como hasta el piso, el suelo estaría acá —hizo otra raya, bastante más arriba que la anterior.
Era cierto. Había un espacio considerable entre planta baja y primer piso. Un espacio que pronto se convertiría en nuestro único objetivo.
—Si este es el edificio desde donde trabajan estos tipos… —comenzó Emanuel.
Mariano lo interrumpió, con una voz cargada de euforia, de alegría.
—Tienen que hacerlo desde ese entrepiso. Un lugar completamente oculto.
Levanté la vista y miré a Margarita, que observaba el plano con atención. Sus ojos tenían un brillo especial, y en sus labios se había dibujado una sonrisa casi imperceptible.
—¿Alguna idea? —preguntó.

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