Entré
al departamento y fui directo al sillón, donde me senté cómodamente. Estaba
demasiado cansado, y no entendía por qué. El trabajo en Juno había sido
bastante tranquilo y me había pasado el resto del día en la cocina de Mariano.
Todas
las esperanzas que tenía de encontrar a Marco habían desaparecido en los últimos
días. Había demasiada información. Hojas, hojas y hojas de información. Y sin
embargo, nada podía rescatarse de ellas. No había absolutamente nada.
El
timbre sonó. Atendí, extrañado. Era Julia.
Bajé
a abrirle y la recibí con un beso.
—¿Estás
bien? —preguntó—. Qué cara…
Esbocé
una sonrisa, sólo para disimular.
—Un
poco cansado —me quejé—. Mucho trabajo.
Subimos
hasta el quinto piso y entramos al departamento. Volví al sillón; ella se
acomodó a mi lado. Nos quedamos así, charlando, contándonos nuestros días,
durante varios minutos. Luego se levantó a pedir una pizza. Era tarde, casi las
dos de la mañana, pero había un delivery que funcionaba toda la noche.
—¿Qué
vas a hacer este fin de semana? —quiso saber.
La
miré, sin entender.
—Es
fin de semana largo —explicó—. El lunes es feriado y Juno no abre. ¿No te vas a
Roca?
Dudé.
Casi me había olvidado por completo que Roca era mi ciudad natal. Me había
olvidado por completo que Lisandro tenía toda una vida en otro lugar. Una vida
que se fusionaba poco a poco con la de Alan. Porque en Roca nadie conocía a Lisandro.
En Roca, no existía Mariano. No existía Margarita. Ni Federico, Ramona, Pablo,
Emanuel, Natalia. Allí había otra gente. Alejandro, Verónica, Fabricio, Lara.
¿Cómo había logrado casi olvidarme de ellos? ¿Qué había hecho mi cerebro?
—No,
no creo que vaya —murmuré—. Tengo muchísimas cosas que hacer. Y por ahí
aprovecho para averiguar sobre el curso de fotografía. Tendría que empezar
cuanto antes.
Era
cierto, quería empezar. Pero no era más que una excusa. Volver a Roca no sólo
era peligroso, sino que (lo sabía) me destrozaría por dentro. Mi casa, mis
amigos, mi vida como Alan. Una vida que prácticamente se había derrumbado.
Ahora que había conocido a Lisandro, no sabía si quería volver a sentirme Alan.
—¿Y
tus viejos? —soltó Julia, como una bala directa a mi cabeza—. ¿No vienen ellos?
No sé, yo tengo muchas ganas de ir a Azul y verlos…
Dudé.
¿Qué podía responder?
Cerré
los ojos, intentando contener la tristeza.
—Yo
también los extraño —susurré—. Pero no puedo hacer nada.
Una lágrima se desprendió de mi ojo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario