19.6.10





Caminábamos por calle La Paz, siguiendo el ritmo de los golpes. Tac, tac. Tac, tac. Tac, tac. Tac, tac. Tac, tac. Tac, tac. Tac, tac. Me había puesto un vestido floreado que hacía años no usaba, unas zapatillas negras y, por supuesto, lentes de sol. Él tenía una camisa blanca, un pantalón de vestir y zapatos. Me llevaba agarrada del brazo y avanzábamos lentamente, siguiendo el ritmo de los golpes.
Tac, tac. Tac, tac.
—¿Vos estás segura? —preguntó, evidentemente nervioso.
—Sí, Federico —reproché—. Estuve una semana mirando. Estoy segura.
Dudó.
—No, pero digo. ¿Estás segura de esto? No sé, me parece que nos estamos aprovechando un poco…
Sí, era un pensamiento acertado. Pero no tenía de dónde sostenerse.
—Si vamos a hablar de ética, mejor pensemos en lo que está pasando adentro del edificio Congardi V.
—El fin no justifica los medios.
Dudé.
—Estamos actuando, Fede. No contratamos a una ciega para que haga el trabajo por nosotros. No sé si hay un daño moral. No nos estamos aprovechando de su situación: nos aprovechamos del sistema de nuestro enemigo.
Se rió, y eso me relajó un poco.
—Qué exagerada.
Cuando llegamos a la entrada del Congardi V se me retorció el estómago. Estábamos a un paso de nuestro objetivo. Solamente un paso.
Comenzamos a caminar hacia adentro. Fijé la vista en la pared que tenía en frente, para simular mejor mi ceguera. Quería evitar llamar la atención.
El hombre en el mostrador de registro nos miró, pero no dijo nada. Nos dirigimos directamente hacia el ascensor. Había un hombre dentro, encargado de custodiar y de controlar a qué piso se dirigía cada persona.
—13, ¿correcto? —dijo. Ni hola.
Federico lo miró sin entender. Mi cabeza funcionó velozmente y deduje a lo que se refería. Sonreí, evitando girarme hacia él.
—Sí, 13 —hice una pausa y posé una mano en el hombro de mi amigo con torpeza —. Perdonalo, es nuevo.
Presionó el botón y las puertas se cerraron lentamente.
El ascensor vibró y comenzó a subir con suavidad.
Ya habíamos dado el paso.

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