22.6.10





Ting.
La puerta del ascensor se abrió. El guardia dirigió una fugaz sonrisa a Federico y estiró el brazo, invitándonos a salir. Avanzamos con cuidado: no sabíamos qué podía haber en el pasillo. Más guardias, cámaras, lo que fuera. Con la seguridad que tenía ese edificio, cualquier cosa era posible.
El pasillo al que ingresamos era igual de lujoso que el hall principal. Hacia la izquierda había varias puertas y salas de espera. Hacia la derecha, una gran puerta blanca con un letrero: Salida de Emergencia.
—¿Y ahora? —preguntó Federico.
Suspiré, echando una ojeada rápida hacia ambos lados.
—No hay cámaras, ¿no?
Observó a su alrededor.
—Por lo visto, no.
Me saqué los lentes, sonriendo. Jamás hubiese creído que iba a ser tan sencillo. Jamás me hubiese imaginado dentro del Congardi V. Pero ahí estaba.
Y no había cámaras.
—Estamos en el piso trece —dije—. Así que nos queda un camino bastante largo —hice una pausa—. Y cansador.
Me miró, casi como quien no comprende. Pero lo había comprendido muy bien, y ahí estaba el punto. No podía creer que estuviese a punto de hacer lo que haríamos.
—¿Vos pensás bajar por las escaleras?
Sonreí, satisfecha.
—Debe ser el único lugar del edificio que no tiene seguridad.
La expresión de su rostro se transformó nuevamente: de desconcierto a resignación. Inhaló profundamente y contuvo el aire.
—No puedo creerlo —soltó, mientras exhalaba.
Caminamos hasta la puerta, que abrí de un tirón. Estaba oscuro, pero un débil brillo en la pared indicaba la ubicación exacta del interruptor. Encendí la luz y los primeros escalones se hicieron ver.
—¿Vamos? —dije, poniéndome en marcha.
Uno, dos, tres, cuatro.
Me miró, todavía sin poder entenderme. Y entonces él también comenzó a bajar.
Cinco, seis, siete, ocho.

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