Ting.
La
puerta del ascensor se abrió. El guardia dirigió una fugaz sonrisa a Federico y
estiró el brazo, invitándonos a salir. Avanzamos con cuidado: no sabíamos qué
podía haber en el pasillo. Más guardias, cámaras, lo que fuera. Con la
seguridad que tenía ese edificio, cualquier cosa era posible.
El
pasillo al que ingresamos era igual de lujoso que el hall principal. Hacia la
izquierda había varias puertas y salas de espera. Hacia la derecha, una gran
puerta blanca con un letrero: Salida de
Emergencia.
—¿Y
ahora? —preguntó Federico.
Suspiré,
echando una ojeada rápida hacia ambos lados.
—No
hay cámaras, ¿no?
Observó
a su alrededor.
—Por
lo visto, no.
Me
saqué los lentes, sonriendo. Jamás hubiese creído que iba a ser tan sencillo.
Jamás me hubiese imaginado dentro del Congardi V. Pero ahí estaba.
Y
no había cámaras.
—Estamos
en el piso trece —dije—. Así que nos queda un camino bastante largo —hice una
pausa—. Y cansador.
Me
miró, casi como quien no comprende. Pero lo había comprendido muy bien, y ahí
estaba el punto. No podía creer que estuviese a punto de hacer lo que haríamos.
—¿Vos
pensás bajar por las escaleras?
Sonreí,
satisfecha.
—Debe
ser el único lugar del edificio que no tiene seguridad.
La
expresión de su rostro se transformó nuevamente: de desconcierto a resignación.
Inhaló profundamente y contuvo el aire.
—No
puedo creerlo —soltó, mientras exhalaba.
Caminamos
hasta la puerta, que abrí de un tirón. Estaba oscuro, pero un débil brillo en
la pared indicaba la ubicación exacta del interruptor. Encendí la luz y los
primeros escalones se hicieron ver.
—¿Vamos?
—dije, poniéndome en marcha.
Uno,
dos, tres, cuatro.
Me
miró, todavía sin poder entenderme. Y entonces él también comenzó a bajar.
Cinco,
seis, siete, ocho.
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