6.7.10





Ramona me abrió la puerta. Nos saludamos y atravesamos el pasillo sin hablar. Ya estaban todos allí, acomodados alrededor de la mesa y en el sillón: Mariano, Natalia, Pablo, Emanuel, Federico y Margarita.
Ella me sonrió dulcemente.
—Te estábamos esperando —dijo, abriendo su mochila, de la que sacó dos cámaras de fotos—. Acá está todo lo que pudimos recopilar.
Me senté al lado de Emanuel y prendí una de las cámaras. Mientras Federico y Margarita contaban detalladamente lo que habían descubierto en el Congardi V, miré una a una las fotografías. Todas mostraban hojas de carpetas y, sin acercar la imagen, sólo alcanzaba a leer los titulares. Era muchísima información.
—Había demasiada información —comentó Federico—. No logro entender cómo había tan poca seguridad. Encontramos la habitación muy rápido.
—Sí, pero porque sabían que ahí había una habitación —acotó Ramona—. Las medidas de seguridad que toman no me parecen tan descabelladas: un cuarto completamente oculto. No figura ni siquiera en los planos.
—Y las escaleras bloqueadas —se sumó Emanuel—. Esa es una estrategia muy buena. En los planos se explica el sistema de seguridad. Hay dos columnas de escaleras: una habilitada constantemente para todo el edificio. La otra está habilitada sólo para movilizarse entre los pisos públicos, y ante una emergencia las puertas se desbloquean con un sistema digital.
Margarita lo miró sin comprender.
—¿Y por qué no nos dijiste antes? —reprochó.
—Nunca supe que habían conseguido entrar.
Ella suspiró, negando suavemente con la cabeza.
—¿No había nadie en la habitación? —intervine, para calmar los ánimos.
—No… ni cámaras, ni micrófonos… solamente una computadora con clave.
Ramona se rió.
—Es coherente —murmuró Mariano—. Yo no confío lo suficientemente en nadie como para dejarle vigilar esta casa. Ustedes no tienen tiempo para eso. Así que lo hago yo. ¿A quién más le puedo pedir? —dudó—. ¿De quién me puedo fiar?
Tenía sentido. La información tenía que permanecer en secreto. A ese piso sólo deberían acceder los líderes de la organización. Nadie más. Absolutamente nadie.
—Entonces —continuó—, solamente tenemos que recopilar todos los nombres. De a poco, vamos llenando la lista de cómplices. Todavía nos faltan los líderes…
—Hay algo más —interrumpió Margarita. Sus ojos habían adquirido un brillo particular—. Hay una foto que tiene información sobre Joaquín Dubois —hizo una pausa—. Joaquín Dubois es Marco Ferrari.
Se volvió a mí.
—Tu hermano.

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