—Quiero
que quede clara una cosa —recalcó Mariano—. Nadie va a volver a ingresar al
Congardi V. Al menos, no por ahora. Toda la información que consiguieron
Margarita y Federico es más que suficiente.
Nadie
se opuso, por lo que se levantó y caminó hasta la cocina. Así finalizaban todas
nuestras reuniones: él se levantaba y caminaba hasta la cocina. Margarita se
sentó a mi lado y puso una de las cámaras de fotos sobre la mesa, mostrándome
una imagen en la pantalla.
Joaquín Dubois. 15-09-83.
Se
puso de pie y se dirigió al escritorio de la computadora. Extrajo la memoria de
la cámara y la introdujo en el gabinete. Segundos más tarde, luego de unos
cuantos clicks, la fotografía se mostró en el monitor.
Dos
detalles llamaron mi atención. El primero me enredó la garganta.
Hijo de Ana Pascual y
Guillermo Ferrari.
Y
el segundo me destrozó por dentro.
Vendido a Cristina y
Ariel Dubois. Trelew, 18-09-83.
—Al
menos no está en Europa —bromeé, desganado.
Me
miró, extrañada. Comprendí su sorpresa: la última vez que habíamos hablado
sobre Marco, hacía unos días, no hubiese sido capaz de hacer un solo chiste. No
hubiese sido capaz de sonreír, mínimamente.
Pero
desde mi conversación con Julia, algo en mi interior había cambiado. Mis
mecanismos habían comenzado a funcionar de forma distinta. Y esto, esta
fotografía, era un paso gigantesco. Un paso que me invitaba a reír, a tener
esperanzas. Era un paso que nadie había logrado dar antes.
—Por
ahora, tenemos que investigar. Primero va a ser importante descubrir quién es
Joaquín. Qué hace, dónde vive. Cómo es… —comenzó a fantasear Margarita.
La
interrumpí.
—No
creo que sea bueno pensar en cosas tan poco probables —dije—. Al menos, no por
ahora.
—¿Quién
dijo que era poco
probable? —me desafió, con una sonrisa.
Una
sonrisa demasiado sincera.
—¿Se
te ocurre alguna idea?
Soltó
una risita, cerrando la imagen. Sacó la memoria extraíble y volvió a colocarla
dentro de la cámara. Se volvió hacia mí.
—Algunas.
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