—¿Ustedes se dan cuenta de lo que está pasando? —gritó
Mariano, completamente enojado—. A ver, ¿qué parte no entienden de las cosas
que les pido? Les juro que no comprendo qué mierda pasó por sus cabezas. No encuentro una
razón, una mínima razón, para que las cosas me cierren.
Dio una fuerte palmada.
—Cuando les pido algo no es porque se me ocurre en un
sueño. No es que se me antoje. Se los pido porque considero que es la mejor forma
de ayudarnos los unos a los otros. De entendernos. De protegernos —hizo una
pausa—. Entonces, si Federico quería seguir investigando, ¿cómo pueden haberlo
dejado, sabiendo que corría muchísimo peligro, chicos?
Emanuel y Pablo agacharon la cabeza, pero no dijeron
nada. Ramona lloraba y no dejaba de temblar, angustiada. Margarita estaba a su
lado, conteniéndola. Natalia, apoyada contra la pared, miraba fijamente al
cuerpo inconsciente de Federico, recostado sobre el sillón. Mariano caminaba de
un lado a otro de la habitación, completamente nervioso. Yo me sentía totalmente
ausente, pero ahí estaba: escuchando, viendo, sintiendo. Y sin embargo, nada.
—Quiero dejar una sola cosa clara. Olvídense de las
investigaciones secretas. Olvídense de las fantasías de detectives. Se terminó
esta forma de actuar. Esta forma de investigar. Descubrieron a Federico y están
a un paso de descubrirnos a todos. Esto se acabó. Solamente nos queda esperar,
otra vez, el momento oportuno para actuar, para hablar. Se acabó la investigación.
—Mariano, estamos a un paso de encontrar al líder de ese
grupo, no podemos abandonar ahora —intervino Ramona, entre sollozos.
—Estamos a metros de ese líder —se opuso él—. Podemos
abandonar. Y es lo que vamos a hacer, porque no quiero que ninguno de nosotros
termine como él.
No tuvo que señalar de ninguna forma. Todos sabíamos a
quién se refería.
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Margarita.
—Por el momento, cuidar a Federico —respiró
profundamente y se sentó. Parecía más relajado, como cuando me había llamado
esa noche—. Ya hablé con mis contactos en el hospital, van a traer todo el
equipo necesario. Mañana voy a ponerme en contacto con su familia y ponerlos al
tanto de lo que pasa. ¿Podés hacerte cargo de inventar algo en el restaurant?
—Sí, no te preocupes —murmuró ella, y se quedó en
silencio unos segundos, observando a Federico—. ¿Cómo está?
—Mal —susurró Mariano, casi sin utilizar aire. Comenzó a
negar con la cabeza, suavemente. Pero no se detuvo. No se detuvo por varios
minutos. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos, dejando escapar una
lágrima.
Fue la primera vez que lo vi llorar.
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