01 Punto de fuga by Lucio Mantel
¿Cómo explicar la distancia, inmensa y breve al mismo
tiempo? ¿Cómo explicar la mirada constante, quieta, llena de expresión? ¿Cómo
explicar las posturas, inseguras pero dispuestas, adultas pero inocentes,
tranquilas y a la vez tensas? ¿Cómo explicar el paso hacia adelante; la
eternidad del paso hacia adelante? ¿Cómo explicar las sonrisas, los rostros
iluminados? ¿Cómo explicar el encuentro, entre la parte que busca y la parte perdida?
¿Cómo explicar el momento de quietud que moviliza, de silencio que aturde, de
calor que congela?
Uno avanza, en silencio. El otro espera, un segundo, y
avanza también. En el centro, donde los caminos se cruzan, aguarda el tiempo.
El tiempo perdido, el tiempo ganado. El tiempo que se recupera y el tiempo que
ya nunca puede volver. El tiempo alegre, triste, derrotado, triunfante. El
tiempo eterno, que decide detenerse, esperando en el centro.
¿Cómo explicar los metros que se hacen kilómetros? ¿Cómo
explicar los ojos que miran, entendiendo, reconociendo; que son espejo de lo
que uno siente, de lo que uno piensa, de lo que uno sabe e ignora? ¿Cómo
explicar el escalofrío que asciende desde los pies y trasciende la cabeza,
transciende los poros, trasciende el aire y avanza hacia algún lugar
desconocido? ¿Cómo explicar el temblor de la pierna propia, que no responde? ¿Y
cómo explicar la confianza de la ajena, que se atreve a avanzar? ¿Cómo explicar
la sonrisa, conocida, vista siempre, que responde a la mirada profunda? ¿Cómo
explicar el paso lento de la parte arrebatada, de la parte buscada y encontrada?
¿Cómo explicar el momento de nerviosismo relajante, de respiración acelerada,
de pulso detenido?
Él avanza, con la mirada fija en mi mirada, confiado.
Mis piernas esperan, tardan, pero también avanzan. En el centro, donde nuestros
caminos se encuentran, nos espera la historia. La historia pasada, la de Alan y
Joaquín, la de Roca y Trelew, la de hijos únicos, la de completos desconocidos.
La historia presente, la de Lisandro y Marco, la de búsqueda, pérdida y
encuentro. Y la historia futura; la historia que es una, la misma para ambos.
Las historias nuestras, las que nos hacen personas, las
que nos construyen, nos forman como lo que somos, están ahí: esperando en el
centro.
¿Cómo explicar la frialdad del aire que nos separa,
congelando el silencio en el trecho vacío? ¿Cómo explicar su mirada, brillante
de encuentro, brillante de impaciencia y camino terminado? ¿Cómo explicar el
ansia de abrazo, la necesidad de abrazo, de reconocimiento mutuo? ¿Cómo explicar
la ausencia de movimientos, quizá por sorpresa, quizá por emoción, quizá por
simple nerviosismo? ¿Cómo explicar la energía impulsadora, la energía que
empuja hacia adelante, invitando a saber, invitando a conocer, invitando a
sentir la historia negada durante años? ¿Cómo explicar el vértigo de dejar el
engaño atrás, el vértigo de zambullirse en una nueva vida? ¿Cómo explicar el
daño que hace una mentira, tan profunda como la herida que abre al ser
descubierta, bañándolo todo de verdad sanadora?
Un paso es suficiente para activar su cuerpo, así como una
carpeta repleta de verdad fue suficiente para activar el mío. El paso propio,
hacia adelante, se conecta al paso ajeno, y desde entonces son como uno solo,
que avanza con el mismo movimiento, con el mismo intervalo, con la misma fuerza,
mientras que las miradas fortalecen el vínculo. Miradas ardientes, expectantes,
confiadas y asustadas. Miradas que esperaron, cada una lo suyo, para verse
mutuamente. Miradas que marcan el camino que separa y une al mismo tiempo,
siendo distancia, recorrido, encuentro.
En el centro, la verdad espera expectante. La verdad
negada, la verdad escondida, la verdad arrebatada. La verdad sabida, buscada.
La verdad impuesta, acostumbrada. La verdad oculta, o ya no tanto, crece con
cada paso. Se descubre, se transforma, se alimenta de la mentira, de la
ignorancia. Y cuando ya no quedan pasos, está ahí, esperando a ser aceptada,
esperando el abrazo, la palabra, esperando algún movimiento que le indique que
puede desplazarse hacia el interior de nuestros cuerpos. Allí, en el centro, la
verdad espera.
En silencio, miro el momento esperado. Observo cómo el
todo que fue separado se reconoce en cada parte. Y con el andar lento,
cuidadoso, decide reencontrarse. Aunque la memoria no recuerde, aunque la
historia no registre.
Dos partes que se unen. Con una mirada. Con una sonrisa
que es la misma que la sonrisa a la que responde. Con un movimiento. Con una
postura. Con un leve suspiro. Y con un sonido que surge, casi en susurro, pero
que lo invade todo.
—Hola.
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