7.9.10

musicalizá







El agua caliente caía sobre mi cabeza y espalda, masajeándome suavemente. Ducharse en invierno era algo tan hermoso y placentero, que por mí hubiera pasado horas bajo el agua. Pero cerré la canilla rápidamente: por un lado, porque mi consciencia me impedía desperdiciar agua; por otro, porque Julia me estaba esperando en el living.
Era jueves. Y cumplíamos un mes.
Me sequé rápidamente, no sin temblar por el frío repentino, y me vestí. Me miré al espejo: ahí estaba Lisandro. Pelo oscuro, ojos verdes. Y ahí estaba Alan, también con pelo oscuro y ojos verdes. Eran lo mismo. Ya eran lo mismo.
Y sin embargo, había una carga emocional tan grande sobre mi espalda, tras los disparos a Federico, que me costaba reconocerlo. Lo único que me ayudaba era pensar en Marco: en Joaquín. Estaba tan cerca, faltaba tan poco…
Tenía la barba un poco crecida, pero decidí no afeitarme. Salí del baño con un bostezo, secándome el pelo con la toalla de manos. Atravesé el pasillo, hasta el living, y le dirigí una sonrisa a Julia.
Me observó con seriedad. Tenía los ojos hinchados y rojos. Me asusté.
—¿Qué pasa? —pregunté, acercándome lentamente.
—¿Me podés explicar —dijo, con la voz entrecortada—, qué hace esto en tu cajón? —levantó su mano derecha.
Ahí, entre sus dedos, había una pistola. La pistola que me había dado Mariano.
—¿Me revistaste el cajón? —casi grité, irritado.
—¡Te lo revisé, sí! ¡Te lo revisé porque sabía que me escondías algo! ¡Lo supe desde la primera vez que cenamos juntos! —se puso de pie, levantando la voz—. En tus ojos, Lisandro, se ve la mentira. Se ve el miedo. Se ve todo. Y después de lo que pasó el lunes; después de lo de Federico, me di cuenta de que eso que ocultás te está carcomiendo por dentro —me miró con dulzura, frunciendo el entrecejo—. Por eso te revisé los cajones. Porque quiero saber qué te pasa, Lisandro. Y una pistola me asusta demasiado.
Me quedé en silencio, sin poder soltar una palabra. ¿Qué decir? ¿Qué mentira inventar? No podía decirle la verdad. Mariano nos lo había pedido: no más peligro. Y no. No quería ponerla en riesgo. No quería que supiera. Saber era, por horrible que sonara, mortal. No deseaba eso para Julia.
Los ojos se me inundaron de miedo.
—¿Qué te pasa, Ele? —la preocupación se notaba en su voz.
Dio un paso hacia mí.
—No puedo, Julia —susurré—. No quiero ponerte en peligro.
Me observó en silencio durante unos segundos. Una mirada cargada de amor.
—No me importa el peligro —dijo—. Me importa saber cómo estás —esbozó una sonrisa—. Saber cómo estás de verdad.

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