Alzó su brazo, extendiéndolo
hacia adelante. La pistola se dejó ver, imponente y amenazante. Sonrió con
dulzura, pero cargada de odio.
—¡Ramona! —grité, dando un
portazo.
Corrí. Mi cuerpo se concentró
sólo en correr.
El sonido de un disparo abrumó
mis oídos y retumbó en cada uno de mis huesos, expandiéndose por mis células.
Pablo me seguía, intentando
tomarme por la muñeca. Corrí.
Las rodillas de Ramona
golpearon el suelo fuertemente, dañándome los ojos, que se encendieron,
ardieron como nunca antes habían ardido. Me quemaban por dentro y el agua que
se acumulaba en ellos no era suficiente.
Me aferraron por la espalda,
impidiéndome continuar. Era Pablo. Me había detenido. Forcejeé, pero no pude
soltarme. No podía quedarme allí, observándolo todo como un simple espectador.
Y sin embargo, Pablo no dejaba que me acercara a mi amiga. No me dejaba.
Otro disparo, que sonó como un
trueno en el centro de mi cerebro.
Cerré los ojos y presioné la
mandíbula, sin dejar de hacer fuerza para desprenderme del abrazo que me
retenía. Me solté, pero sus brazos engancharon los míos justo a tiempo.
—¡Ramona! —volví a gritar,
abriendo los ojos.
Su cuerpo se estremeció y
cayó, con la delicadeza de siempre. Cayó suavemente, lentamente, como si cayera
sobre un colchón. Ramona dormía. Dormía sobre el pasto, empapándolo de rojo.
Le di un codazo a Pablo y
volví a correr, sólo unos metros. Me tiré al suelo, junto a mi amiga. No había
nada más, en ese lugar, en ese momento. Sólo Ramona. Sangrante, inerte,
silenciada, con el rostro todavía oscurecido por la muerte de Federico. Y yo,
Lisandro. Mudo, sordo, ciego, inmóvil.
Intentaba gritar. Quería
gritar. Pero el sonido no se atrevía a salir.
Alguien corría en el jardín.
Oía los pasos, veía las piernas de reojo. Iban y venían. Pero no me importaba.
Nada importaba.
Excepto Ramona.
En mi mente, continuaba
cayendo. Una y otra vez, sus rodillas golpeaban el suelo. Y luego su cuerpo,
suavemente, como siempre.
La rodeé con mis brazos,
dándole el abrazo que siempre había querido devolverle: cargado de energía, de
aprecio, de confianza. Lleno de amistad, de amistad profunda.
Y apoyé mi frente sobre su
pecho, aferrándola fuertemente. No quería soltarla. No quería dejarla caer otra
vez. No quería dejar que su cuerpo se fuese de mis manos.
No quería despedirla.
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