10.10.10






Julia no llegaba. Hacía más de una hora que había salido del trabajo y aún no había sonado el timbre. Todavía no me había asustado, pero había comenzado a preocuparme. Alejandro, desde la cocina, intentaba relajarme.
—Tranquilo, Ele —dijo, ya acostumbrado a mi nuevo nombre—. Quizá tuvo que quedarse un rato más… o tendría que hacer algún trámite.
—Le envié dos mensajes.
Silencio. Un silencio breve; del tiempo suficiente para que mi amigo pudiese encontrar las palabras adecuadas.
—Perdió el teléfono —arremató—. O se lo olvidó en su casa. Qué se yo.
Resoplé por lo bajo.
Se acercó a paso rápido y me observó atentamente durante unos segundos. Me observó y esbozó una sonrisa, posando una mano sobre mi hombro.
—No nos apresuremos —casi susurró—. Sé que estás pensando lo peor. Pero esperemos un rato. Si no viene, vamos a su casa.
Y así hicimos.
Una hora y media más tarde estábamos parados frente a la puerta del edificio donde vivía Julia. Para ese entonces ya la había llamado al celular varias veces. Y le había enviado varios mensajes. Pero nada.
Toqué timbre.
—¿Y si no responde? —me atreví a preguntar.
Alejandro suspiró.
—¿Qué creés que puede haberle pasado?
—No sé. No quiero pensarlo —comencé, respirando profundamente en un intento por relajarme. Pero no había nada que pudiese aliviar mis nervios. Nada podía tranquilizar a mis células, que parecían retorcerse en cada uno de mis músculos. Nada podía detener a esa corriente helada que atravesaba mis venas, lentamente, enfriándome por dentro—. Pero ahora que conocen la verdadera identidad de Lisandro Borromeo, estoy seguro de que fueron ellos. Saben que es la mejor forma de hacerme daño. Saben que es la mejor forma de obtener lo que quieran de mi parte.
Suspiré, apoyándome contra la pared de ladrillos. Ni Julia ni Cristina estaban en el departamento. No habían respondido al timbre.
—¿Y si fueron ellos? ¿Qué vas a hacer? —indagó mi amigo.
Me volví a él. Sentí como mi vista penetraba su cuerpo. Lo atravesaba.
—Hoy, nada —murmuré—. Pero si mañana no aparece, voy a darles exactamente lo que quiere.
Sus ojos adquirieron un oscuro brillo. Se había dado cuenta.
—Voy a ir a la casa de Matías Vanzini.

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