Julia no llegaba. Hacía más de una hora que había salido
del trabajo y aún no había sonado el timbre. Todavía no me había asustado, pero
había comenzado a preocuparme. Alejandro, desde la cocina, intentaba relajarme.
—Tranquilo, Ele —dijo, ya acostumbrado a mi nuevo
nombre—. Quizá tuvo que quedarse un rato más… o tendría que hacer algún
trámite.
—Le envié dos mensajes.
Silencio. Un silencio breve; del tiempo suficiente para
que mi amigo pudiese encontrar las palabras adecuadas.
—Perdió el teléfono —arremató—. O se lo olvidó en su
casa. Qué se yo.
Resoplé por lo bajo.
Se acercó a paso rápido y me observó atentamente durante
unos segundos. Me observó y esbozó una sonrisa, posando una mano sobre mi
hombro.
—No nos apresuremos —casi susurró—. Sé que estás pensando
lo peor. Pero esperemos un rato. Si no viene, vamos a su casa.
Y así hicimos.
Una hora y media más tarde estábamos parados frente a la
puerta del edificio donde vivía Julia. Para ese entonces ya la había llamado al
celular varias veces. Y le había enviado varios mensajes. Pero nada.
Toqué timbre.
—¿Y si no responde? —me atreví a preguntar.
Alejandro suspiró.
—¿Qué creés que puede haberle pasado?
—No sé. No quiero pensarlo —comencé, respirando
profundamente en un intento por relajarme. Pero no había nada que pudiese
aliviar mis nervios. Nada podía tranquilizar a mis células, que parecían
retorcerse en cada uno de mis músculos. Nada podía detener a esa corriente
helada que atravesaba mis venas, lentamente, enfriándome por dentro—. Pero
ahora que conocen la verdadera identidad de Lisandro Borromeo, estoy seguro de
que fueron ellos. Saben que es la mejor forma de hacerme daño. Saben que es la
mejor forma de obtener lo que quieran de mi parte.
Suspiré, apoyándome contra la pared de ladrillos. Ni
Julia ni Cristina estaban en el departamento. No habían respondido al timbre.
—¿Y si fueron ellos? ¿Qué vas a hacer? —indagó mi amigo.
Me volví a él. Sentí como mi vista penetraba su cuerpo.
Lo atravesaba.
—Hoy, nada —murmuré—. Pero si mañana no aparece, voy a
darles exactamente lo que quiere.
Sus ojos adquirieron un oscuro brillo. Se había dado
cuenta.
—Voy a ir a la casa de Matías Vanzini.
No hay comentarios:
Publicar un comentario