1.10.10






Julia. Julia había desaparecido. La habían secuestrado. Todavía no podía asumirlo; no podía grabarlo en mi cabeza. Imaginarme Juno sin Julia. Imaginarme a Lisandro vacío, con la mirada perdida y destrozada, como ese día.
Salí del baño, caminé hasta el living y tomé mi celular, que descasaba sobre la mesa. Busqué a Mariano en la lista de contactos.
Y lo llamé: era hora de poner fin a nuestra pasividad.
—¿Margarita? —preguntó, sorprendido.
Sonreí.
—Tengo que hablar con vos, Mariano. ¿Estás en tu casa?
—Sí, ¿pasó algo? —se preocupó.
—En media hora estoy allá —finalicé, y corté.
Me puse la campera y salí del departamento. Llegué a la parada de colectivos justo a tiempo, así que me subí al micro y me senté en los asientos del fondo. Mi teléfono sonó al cabo de unos minutos y, cuando miré la pantalla, me sorprendió no ver el nombre de Mariano: era Emanuel.
—Ema.
—Necesito que me ayudes —explicó, rápidamente.
—¿Qué pasa? —quise saber. Fruncí el ceño.
—Necesito hablar con Mariano. Tengo buenas noticias, pero tengo la sensación de que no me va a hacer caso. Y vos… —dudó—. Vos tenés esa capacidad de enfrentarlo que sólo tenía Ramona —suspiró.
—Andá para allá —dije, sonriente—. Yo estoy en camino.
Llegué veinte minutos más tarde. Mariano y Emanuel me esperaban con mate preparado. Me senté en una silla y suspiré.
—Secuestraron a Julia —dije—. Y parece que fueron los hombres de Vanzini.
Mariano se puso de pie, con una mano presionando el entrecejo. Respiró profundamente, pero no dijo nada.
—¡Tenemos que hacer algo, Mariano! —me enojé—. ¡No puede ser que sigamos sin hablarnos, sin mirarnos a los ojos, sin seguir adelante con esto!
Me lanzó una mirada fulminante.
—¡Hace cinco días velamos a Federico y a Ramona! —gritó, con la voz desgarrada—. ¿Realmente tienen espacio en sus mentes para pensar en seguir? ¿Realmente son capaces de creer que podemos seguir adelante?
Me quedé en silencio, haciendo fuerza con la mandíbula. No me creía capaz.
—Logré encontrar policías dispuestos a ayudar —intervino Emanuel.
Y con su voz, el rostro de Mariano se iluminó nuevamente.
—Es el momento justo para terminar con esto. Sabemos dónde vive Vanzini; solamente necesitamos una prueba clave, irrefutable —continuó.
—Tengo una idea —lo interrumpí, esbozando una sonrisa.

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