Julia. Julia había
desaparecido. La habían secuestrado. Todavía no podía asumirlo; no podía
grabarlo en mi cabeza. Imaginarme Juno sin Julia. Imaginarme a Lisandro vacío,
con la mirada perdida y destrozada, como ese día.
Salí del baño, caminé hasta el
living y tomé mi celular, que descasaba sobre la mesa. Busqué a Mariano en la
lista de contactos.
Y lo llamé: era hora de poner
fin a nuestra pasividad.
—¿Margarita? —preguntó,
sorprendido.
Sonreí.
—Tengo que hablar con vos,
Mariano. ¿Estás en tu casa?
—Sí, ¿pasó algo? —se preocupó.
—En media hora estoy allá —finalicé,
y corté.
Me puse la campera y salí del
departamento. Llegué a la parada de colectivos justo a tiempo, así que me subí
al micro y me senté en los asientos del fondo. Mi teléfono sonó al cabo de unos
minutos y, cuando miré la pantalla, me sorprendió no ver el nombre de Mariano:
era Emanuel.
—Ema.
—Necesito que me ayudes —explicó,
rápidamente.
—¿Qué pasa? —quise saber.
Fruncí el ceño.
—Necesito hablar con Mariano. Tengo
buenas noticias, pero tengo la sensación de que no me va a hacer caso. Y vos… —dudó—.
Vos tenés esa capacidad de enfrentarlo que sólo tenía Ramona —suspiró.
—Andá para allá —dije, sonriente—.
Yo estoy en camino.
Llegué veinte minutos más
tarde. Mariano y Emanuel me esperaban con mate preparado. Me senté en una silla
y suspiré.
—Secuestraron a Julia —dije—.
Y parece que fueron los hombres de Vanzini.
Mariano se puso de pie, con
una mano presionando el entrecejo. Respiró profundamente, pero no dijo nada.
—¡Tenemos que hacer algo,
Mariano! —me enojé—. ¡No puede ser que sigamos sin hablarnos, sin mirarnos a
los ojos, sin seguir adelante con esto!
Me lanzó una mirada
fulminante.
—¡Hace cinco días velamos a
Federico y a Ramona! —gritó, con la voz desgarrada—. ¿Realmente tienen espacio
en sus mentes para pensar en seguir? ¿Realmente son capaces de creer que
podemos seguir adelante?
Me quedé en silencio, haciendo
fuerza con la mandíbula. No me creía capaz.
—Logré encontrar policías
dispuestos a ayudar —intervino Emanuel.
Y con su voz, el rostro de
Mariano se iluminó nuevamente.
—Es el momento justo para
terminar con esto. Sabemos dónde vive Vanzini; solamente necesitamos una prueba
clave, irrefutable —continuó.
—Tengo una idea —lo interrumpí,
esbozando una sonrisa.
El de ayer.
ResponderEliminarDisculpen el retraso.