Eché un vistazo a la habitación, sonriendo. Mariano se
había quedado en silencio tras informarnos cuál era nuestra situación. Emanuel
se sonaba los dedos de la mano. Pablo, desde el sillón, observaba tristemente
la silla que solía ocupar Ramona, ahora vacía. Natalia, en el escritorio,
tecleaba ágilmente; debía comenzar a enviar todos nuestros archivos a un
contacto, Franco, por si cualquier cosa sucedía. Verónica, parada detrás de
Lisandro, masajeaba suavemente su espalda. Y él, lleno de tristeza, parecía no
estar presente.
—No tenemos más tiempo —concluyó Mariano—. Así que
mañana mismo vamos a terminar con todo esto.
Levanté la mirada, cruzándola con la suya. Me envió una
débil sonrisa.
—Decidimos trabajar en parejas, teniendo en cuenta el
peligro que corremos. Natalia y yo vamos a quedarnos acá, recopilando la
información y enviándola a Franco, que se va a encargar de archivarla.
Margarita y Pablo van a estar en un auto, afuera de la casa, desde unas horas
antes para mantenernos al tanto. Estén preparados para salir a la mayor
velocidad, por si acaso.
Asentí, suspirando.
—Verónica, gracias por ayudarnos —continuó él—. Como te
comenté, necesitamos que te quedes en el móvil policial, que va a estar grabando
la conversación. Emanuel va a estar con vos.
—Es importante que controlen que la grabación se esté
realizando —intervino Natalia—. No nos fiemos de esos policías, aunque digan
que nos apoyan.
—Sí, por supuesto —adhirió Mariano, y se volvió hacia
Lisandro—. Vos vas a estar solo, obviamente. Por favor, tené mucho cuidado.
—A las tres estoy ahí —fue todo lo que dijo.
Tenía la voz vacía, sin emoción. Sin vida.
Un escalofrío me recorrió la espalda al escucharlo.
¿Cómo podía estar ahí, dispuesto a seguir adelante, a enfrentarse con la
persona que había secuestrado a su novia, que había asesinado a sus padres, que
quería verlo muerto?
—El móvil va a estar desde las dos —comentó Emanuel—. Ya
confirmaron.
—Y nosotros desde la una —se sumó Pablo—. En frente,
para disimular.
Mariano asintió con la cabeza, mordiéndose el labio
inferior.
—Perfecto —dijo—. Entonces, ya está todo listo.
Mi garganta se expandió, intentando ocupar más lugar del
que debía. Presioné la mandíbula, esbozando una sonrisa, mientras mis ojos se llenaban
de lágrimas. Lágrimas de alegría, de completa alegría.
—¿Qué pedimos para cenar? —pregunté.
El de ayer.
ResponderEliminarDisculpen, ando a mil.