El tiempo había pasado en cámara lenta. Los minutos de
espera habían sido horas. Los autos iban y venían. La gente iba y venía. Desde
la esquina, podíamos ver todo lo que sucedía en el jardín de la casa de
Vanzini. Y también al móvil policial, en la otra cuadra, que hacía quince
minutos había llegado.
Pablo, impaciente, tamborileaba con sus dedos sobre el
volante del auto. Ramona le hubiese pedido que se detuviera, pero a mí no me
molestaba. Al fin y al cabo, era el único movimiento que había percibido en la
última hora.
—Mirá eso —dije, al ver que uno de los guardias de
Vanzini conversaba con alguien que se había detenido en doble fila.
Consultó su handie varias veces, como si estuviese transmitiendo
información. Unos minutos más tarde, se despidió del conductor y el auto se
puso en marcha.
Me volví hacia Pablo.
—Sigámoslo —dije—. Unas cuadras, nada más. Todavía
faltan cuarenta minutos para que venga Lisandro —agregué, al ver su expresión
de desacuerdo.
Arrancó, lanzando un bufido. Y yo sonreí.
Avanzamos durante varios minutos, manteniendo una
distancia prudente. No tenía idea de dónde estábamos, pero Pablo parecía
preocupado. Lo miré y levanté las cejas, pidiendo una explicación.
—Está yendo a la ruta —murmuró, seriamente.
Miré el reloj del celular. Eran las dos y media. Seguir
significaba diez, quizá quince minutos más. Y también volver: otro largo trecho.
Comencé a escribir un mensaje de texto para Emanuel.
—Ahí le aviso a Ema, para que se encargue de lo nuestro
—comenté—. Seguí, tengo una sospecha de a dónde puede estar yendo este tipo.
—Sí, yo también —susurró, asintiendo con la cabeza.
Continuamos otros diez minutos, a través de la ruta. Las
casas fueron desapareciendo poco a poco y el descampado se abrió paso con todo
su esplendor. Sólo algunos galpones, silos y pequeñas casas interrumpían el
paisaje llano.
El auto se detuvo frente a una construcción de chapa
dañada por el tiempo. Pablo giró a la derecha y avanzó hacia un grupo de
árboles para escondernos. Sacó la llave y abrió la puerta.
—Vamos.
Caminamos lentamente, teniendo cuidado de no ser vistos.
Estábamos lejos, pero podíamos divisar a dos hombres conversando en el exterior
del galpón. Se subieron al coche y condujeron nuevamente hacia la ciudad.
Aceleré el paso. La construcción estaba cada vez más
cerca. No tenía ventanas y había varias huellas de auto a su alrededor. Estaba
nerviosa. Sentía cómo la sangre se deslizaba con mayor presión a través de mis
venas.
Sólo unos metro más.
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